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Es mendocino, tiene seis hijos y está durmiendo en la terminal de La Plata tras perder todo en el temporal de Bahía Blanca

Jorge Páez (33) y Berenice (28) son padres de seis niños de uno a 11 años; él es gasista y hacía tareas de mantenimiento en una estancia; su casa quedó destruida tras la caída de un árbol.

“No le deseo esto a nadie. No quiero que mis hijos me vean llorar”, le dice el mendocino Jorge Páez (33) con la voz quebrada a diario La Nación, mientras busca un rincón donde conversar tranquilo. Habla por celular desde la estación de colectivos de La Plata, donde llegó ayer con su esposa, Berenice (28) y sus seis hijos pequeños tras atravesar una verdadera odisea.

Hace casi un mes, perdieron todo en el temporal que azotó la provincia de Buenos Aires y golpeó sin piedad a la ciudad de Bahía Blanca. Ellos vivían en una estancia a 30 kilómetros de allí, donde Jorge trabajaba en mantenimiento de maquinarias y cuidados de animales y en la que tenía su pequeña casita, que en parte era de adobe y en parte la había mejorado él con placas de durlock y chapas. Además, como es gasista matriculado y plomero, hacía changas en la ciudad.

El día de la tormenta (que dejó 13 muertos en Bahía Blanca), Jorge se había ido a hacer una changa con un vecino, mientras Berenice y los pequeños se refugiaban en la casa de una amiga, ya que sabían que el árbol de eucalipto que tenían frente a su puerta se movía amenazante con el viento y la lluvia.

Pasaron la noche en la casa de esos amigos, muy asustados. Al día siguiente, cuando volvieron a su hogar, encontraron el árbol caído, gran parte de la casa destruida y, la otra parte, muy inestable. “La decisión fue comunicarnos con el gobierno de Bahía Blanca y plantearles nuestra situación a través de Defensa Civil, porque la casa quedó inhabitable: había que tirar todo abajo y volver a construir”, sostiene Jorge.

Así fue como quedaron “en situación de calle”. No tenían dinero para pagar un alquiler. “No recibimos ayuda y mi decisión fue irnos a Neuquén, donde por medio de un primo podía conseguir trabajo en una empresa, como cañista. Cuando llegamos, no conseguimos alquiler y tomamos la decisión de comprar dos carpas e instalarnos en un camping”, reconstruye Jorge.

A los chicos les dijeron que estaban “de vacaciones”: se llaman Máximo (11), Tián (9), Yhutiel (6), Franchesca (5), Genaro (3) y Paul (un año y tres meses). No encontraban las palabras para decirles la verdad: que habían perdido todo, que no sabían bien cómo iban a seguir, que eran muchas más las dudas que las certezas: “El mayor es el que más la está padeciendo porque se da cuenta de todo. Me pregunta cuándo van a venir los Reyes Magos y cuándo vamos a volver a nuestra casa. Como padre me duele muchísimo”.

Estuvieron en el camping casi una semana. Una iglesia y personas solidarias los ayudaron con ollas para cocinar al fuego y colchones. “Gente del gobierno se acercó cuando se enteró de la situación, nos dijeron que nos teníamos que volver a nuestro provincia. Yo les dije que sólo necesitaba ayuda para conseguir un alquiler, que lo iba a pagar por mi cuenta: somos una familia normal, trabajadora”, cuenta Jorge. Lo que les ofrecieron, en cambio, fue pagarles pasajes hasta La Pampa, que era el lugar más cercano a Claromecó, al sur de la provincia de Buenos Aires, donde Jorge pensaba que seguía viviendo un hermano al que no veía desde hacía mucho tiempo.

Cuando llegaron, le dio un “golpe de presión”. “Fue por los nervios y el estrés, me asusté mucho por mis hijos. Me querían dejar internado. Perdón que llore, no quiero que los chicos me vean así: me están pasando cosas que como padre no le deseo a nadie”, describe. No encontró a su hermano: le dijeron que se había ido hace un tiempo a Río Gallegos, Santa Cruz, a trabajar en una recicladora. Se pudo comunicar con él y le ofreció que viajaran hacia el Sur, que allí tendría trabajo. “Dudé porque es muy lejos y gracias a mi hermano me reconecté con una hermana que vive en San Luis. Como el marido de mi mujer es enólogo y trabaja en una bodega en Mendoza, lo que hablamos con la familia fue que nos íbamos a trasladar hacia allá”, sostiene.

De Claromencó fueron a Mar del Plata, con la idea de viajar a San Luis. Allí, nuevamente sin poder costear los pasajes, recibieron la ayuda de un grupo de personas que les ofrecieron un lugar para descansar e higuienizarse. “Yo llevaba casi cuatro días sin dormir, estaba muy mal, pasamos el 31 de diciembre a la noche en un hospedaje que nos consiguió gente de la iglesia y por medio de una nota que me hicieron en un radio local, me contactó un señor ofreciéndome que viajara a Constitución, Buenos Aires, que allí me daría trabajo: pero era una estafa o alguien que me quería hacer un chiste, porque cuando llegué no me atendió más”.

Jorge forma parte de la iglesia mormona y gracias a un contacto, llegó finalmente, antes de ayer, a La Plata. En la terminal, se acercó la policía y un grupo de gente que le ofreció comida y un lugar para dormir allí mismo. “Nos dieron una mano re linda, nos trajeron galletitas y cerraron un espacio para que los chicos puedan dormir”, dice Jorge, pero el llanto le impide seguir. “Cada vez que me acuerdo de que mis hijos duermen en la terminal me pongo re mal. No queremos estar así, nos pagó mal la vida, lo que quiero lograr es que mis hijos tengan un techo digno hasta que nos acomodemos. Somos seres humanos y en este momento necesitamos ayuda”.

Su expectativa es poder conseguir el dinero que les permita viajar a San Luis. “Allí puedo instalar a mi familia en lo de mi hermana y viajar a Mendoza a hacer la temporada de verano en la bogeda. Después veremos cómo sigue la cosa, quizás en invierno yo pueda irme a Río Gallegos solo, a trabajar a la recicladora con mi hermano, pero necesito instalar a mi mujer e hijos primero en un lugar”.

“Quiero trabajar”

Jorge es nacido en Mendoza y criado en Buenos Aires. A los 19 años se matriculó como gasista en Punta Alta, ya que su papá era de Bahía Blanca. Llevaba tres años trabajando y viviendo allí cuando fue el temporal. “Siempre trabajé de forma independiente, nunca en blanco, pero me las rebuscaba”, cuenta.

Dice que, por ahora, el único lugar que tienen para estar es la terminal de La Plata. “Nos encontramos gente muy buena que nos cobijó, pero no queremos seguir con esta historia, queremos llegar a destino y que nuestros hijos puedan tener un buen año. Yo quiero trabajar, alquilar y que ellos ya estén instalados porque los días se pasan rápido y va a llegar el momento de que empiecen la escuela. Tengo miedo a que me dé otro golpe de presión u ataque de pánico”, se sincera.

El recuerdo de la noche del temporal en Bahía Blanca, todavía le sacude el cuerpo. “Parecía que se iba a terminar el mundo: una cosa es contarlo y otra cosa fue vivirlo. Cuando volvimos a nuestra casa al día siguiente y vimos cómo había quedado todo, supimos que teníamos que irnos. Solamente rescatamos la documentación y la ropa. Nada más. No tengo palabras para describirlo”. Dice que, hoy, lo único que pide para él y su familia es “un apoyo, una persona que quiera ayudarlos de corazón”.

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