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La sorprendente historia del hombre que tenía 4 identidades, escapó de la cárcel y fue capturado en Mendoza

Por Facundo Di Genova, diario La Nación.

Martín Alejandro Espiasse Pugh también se hace llamar Matías Nicolás Lago González, pero esta es solo una de sus cuatro identidades falsas.

Con ese nombre trucho fue condenado por la Justicia por robar a punta de ametralladora una fábrica de camperas en Godoy Cruz, mientras estaba prófugo por el asalto al Ministerio de Economía de Chubut en Rawson, que terminó con el asesinato de dos policías.

Lo apodaban Banana y los agentes de la ley se la habían jurado.

Espiasse Pugh se había hecho famoso tras su fuga en 2013, cuando se escapó la cárcel de máxima seguridad de Ezeiza junto a otros 12 presos, un hito que hizo tambalear a la cúpula del Servicio Penitenciario Federal y que lo catapultó entre los mejor valorados del gremio del hampa.

Estuvo prófugo cuatro años, hasta que la Policía de Mendoza lo capturó en 2017 y encontró su búnker con decenas de armas pesadas, una plantación de marihuana y 22 barras de gelignita, un explosivo de alto poder.

Durante el tiempo que huyó, vivió con al menos cuatro identidades falsas y tenía una novia 20 años menor a la que le mentía y maltrataba. Ella jamás supo que su pareja era, efectivamente, Banana Espiasse.

Esos años son un agujero negro en su historia. Se dice que protagonizó un asalto de película a un camión blindado en el sector de cargas del aeropuerto internacional Arturo Merino Benitez de Chile, liderando una banda de seis delincuentes, otro mito del hampa y de la radio policial que, efectivamente, nunca se probó.

Sí se demostró que Espiasse fue el cerebro y una de las manos ejecutoras del asalto que terminó con el doble crimen del robo del Ministerio en Rawson. Por ese delito fue condenado a prisión perpetua.

Lo encontraron cuando intentó escapar tras ser atrapado bajo el nombre de Lago González, en la capital de Mendoza: corrió desde un hospital entre patrulleros para lanzarse a un canal vacío de hormigón, un salto de más de cinco metros que podría haberlo matado.

Sobre él pesaba un pedido de captura dictado por la justicia federal. Los detectives lo buscaban por todas partes. El ministerio de Justicia distribuyó un póster con su cara y una recompensa de 500.000 pesos, o 27.000 dólares de la época. Una retribución harto jugosa.

La cifra, destinada “a aquellas personas que brinden datos útiles y que sirvan para dar con el paradero” del prófugo, tentó a varios elementos de su mismo gremio, naturalmente del escalafón menos valorado: buches traidores de diálogo frecuente con los agentes de la ley.

A Banana Espiasse le quedaba poco tiempo en libertad.

El duelo final

Es diciembre de 2017 y de repente, en algún lugar de la provincia de Mendoza, se oye:

–Quedate quieto, Martín, o te tiro.

La voz pertenece al subcomisario Miguel Salinas, oficial de la Policía de Mendoza, y el duelo recuerda al legendario enfrentamiento entre el comisario Evaristo Meneses y el pistolero José María Hidalgo, pero esta vez la historia tiene otro desenlace y así lo cuenta el libro El trueno en la sangre: biografía criminal de Martín Banana Espiasse (Rara avis, 2021).

Espiasse estaba armado, tenía su pistola en el bolsillo. Podría haber desenfundado para jugarse la chance y tirar a matar en un último plano americano, pero se entregó. Fue la mayor paradoja de su vida”, escribe Federico Fahsbender.

Después de cuatro años de investigación con decenas de entrevistas y el análisis de documentos judiciales e informes de inteligencia criminal, el periodista reconstruye la figura de Espiasse con una trama clásica, centrándose en la vida del hombre que pasó más de la mitad de su vida en la sombra y que acumula tres condenas en su contra: “Un preso turbulento con un largo historial de colchones incendiados y riñas con puñales”.

El subcomisario Salinas que capturó a Banana Espiasse podría ser considerado como un nuevo Meneses, como tantos otros miles de investigadores de las fuerzas de seguridad, si no fuera porque este oficial mendocino no tiene una pareja periodista que lo promocione, como sí tenía aquél célebre policía federal de la división Robos y Hurtos que atrapó al temible asesino Manuel “Lacho” Pardo.

“Durante más de 20 años de crímenes sin arrepentimiento, Martín Alejandro Espiasse peleó una guerra de un solo hombre contra el Estado”, puede leerse en El trueno en la sangre.

Jamás se había rendido con una pistola en la mano: “Podría haber muerto como en un western, acribillado por la ley con esa gloria intangible y sucia del hampa”.

Así era buscado Espiasse, el hombre por el que se prometía una jugosa recompensa

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