Oscar MiguelePortada

El adiós a dos grandes: Ricardo y Sergio nos dejaron esta semana

Ambos dejaron cosas originales de esas que hacen escuela o son seguidas por los que aún quedamos en este plano.

Ricardo y Sergio nos dejaron esta semana. Tuvieron la decisión de marcharse de este mundo por razones que seguramente ellos conocen y que por sobre todo debemos darle un sentido que nos enseñe a ser cada día mejores personas.

Es responsabilidad del periodismo y del mundo básquet mendocinos, continuar sus enseñanzas y exaltar su obra, que por cierto a medida que pase el tiempo será más justamente valorada. No sé si se conocían entre sí, posiblemente no.

Quizás se cruzaron mil veces y no hayan hablado o tenido relación, de lo que estoy seguro es que los vamos a extrañar muchísimo. Dejaron cosas originales de esas que hacen escuela o son seguidas por los que aún quedamos en este plano.

Ricardo Mur se durmió para siempre hoy sábado en total y absoluto silencio. Consecuente a su costumbre, su eterno descanso lo inicio en silencio.

Las pocas palabras que emitía fuera del aire eran precisas y agudas, ya que poseía un humor fino e inteligente. Caminaba los medios en los que trabajó como se debe: Enfocado en lo suyo sin hacer alarde de nada.

En el punto máximo de su popularidad, hasta trataba de no tomar café en sitios concurridos porque su timidez lo incomodaba.

Eso sí, al encenderse la luz roja que dice aire se transformaba en una máquina robótica efectiva. Jamás se le escuchó un furcio o error de dicción.

En síntesis, Ricardo inicio la tradición de informativos televisivos locales a primera hora o como decimos en los medios de primera mañana, siempre con profesionalismo, amor al laburo y originalidad inigualables.

En el tele de las casas de este lado del país, su presencia irradiaba la calma necesaria para encarar el día. Hablaba pausado, su voz cálida y varonil eran cómplices de nuestros amaneceres.

Todo esto desde fines de los 90 en el canal 9 y posteriormente en el 7 hasta marzo de 2019 cuando decidió retirarse de los medios. Tenía apenas 69 años.

Sergio Pedemonte era todo lo contrario, le gustaba hablar en voz alta y su carisma le resultaba efectivo al momento de ponerse el buzo de Coach (así le decimos los del básquet al director técnico).

Su movilidad y pasión lo hacía dejar surcos al costado de las viejas baldosas y del moderno piso flotante de los gimnasios de todos los lugares donde trabajó. La pasión era su energía vital, y su capacidad muchas veces no resultó valorada lo suficiente.

Siempre desafió al estado de confort. Prueba de eso lo demostró cuando sorprendentemente en este  tiempo reciente, encaró el desarrollo del deporte de los tableros en la municipalidad de Junín para dirigir y coordinar la rama femenina del departamento Jardín.

Cada vez que era necesario ganar,  él era uno de los candidatos a ocupar ese puesto. Le sentaba muy cómodo recibir presión, y más allá de las derrotas dejaba siempre algo positivo en sus planteles.

Como todo humano destacado, despertaba amores y rechazos. Pero todos sus detractores sin excepción, nunca pudieron sustentar la ofensa irreverente de no respetarlo.

Ganó dos títulos nacionales de básquet femenino en 2012 y 2018, multicampeón en todas las categorías y participó de las más confiables plantillas, ya sea selecciones o clubes de nuestro medio con mejor rendimiento.

A los dos los une algo en común: Sus corazones grandes y generosos dijeron basta con diferencia cronológica de apenas cuatro días.

Charlé más con Sergio que con Ricardo.

Contradicción inexplicable de la vida, ya que en LV 10 y canal 9  con Mur fuimos compañeros de trabajo entre 1995 al 2004. Mientras que con Pedemonte nos cruzábamos en gimnasios o la sede de la Federación de Básquet. Tenía apenas 52 años.

A los dos les gustaba algo en común, Silvio Rodríguez era una de las debilidades de ambos. Se me ocurrió  tomarme el atrevimiento de compartir con ustedes amigos lectores, como el máximo trovador cubano contemporáneo explicaba su visión referida al camino a una muerte digna con estos versos. Algo así como encontrar o alivianar el dolor de sus pérdidas.

Nos dejaron dos necesarios, imprescindibles e irreemplazables. La Tierra perdió lo que el cielo ganó: Dos tipos queribles y necesarios siempre.

Como la muerte anda en secreto

Y no se sabe qué mañana

Yo voy a hacer mi testamento

A repartir lo que me falta

Pues lo que tuve ya está hecho

Ya está abrigado, ya está en casa

Yo voy a hacer mi testamento

Para cerrar cuentas soñadas

Le debo una canción a la sonrisa

A la sonrisa de manantial, esa que salta

Le debo una canción a toda prisa

Para que quede que estuvo cerca, agazapada

Le debo una canción a lo que supe

A lo que supe y no pudo ser más que silencio

Le debo una canción, una que ocupe

La cantidad de mordazamor de un juramento

Le debo una canción a los pecados

A los pecados que no gasté, los que no pude

Le debo una canción, no como hermano

Sólo de sal que el delectador también alude

Le debo una canción a la mentira

A la mentira pequeña, frágil, casi salva

Le debo una canción endurecida

Una canción asesina, bruta, sanguinaria

Le debo una canción al oportuno

Al oportuno mutilador de cuanta ala

Le debo una canción de tono oscuro

Que lo encadene a vagar su eterna madrugada

Le debo una canción a las fronteras

A las fronteras humanas, no a las del misterio

Le debo una canción tan poco nueva

Como la voz más elemental de los colegios

Le debo una canción a una bala

A un proyectil que debió esperarme en una selva

Le debo una canción desesperada

Desesperada por no poder llegar a verla

Le debo una canción al compañero

Al compañero de riesgos, al de la victoria

Le debo una canción de canto nuevo

Una bandera común que vuele con la historia

Le debo una canción, una, a la muerte

Una a la muerte voraz que se comerá tanto

Le debo una canción en que hunda el diente

Y luego esparza con la explosión fuegos del canto

Le debo una canción a lo imposible

A la mujer, a la estrella, al sueño que nos lanzan

Le debo una canción indescriptible

Como una vela inflamada en vientos de esperanza…