El adiós a dos grandes: Ricardo y Sergio nos dejaron esta semana
Ambos dejaron cosas originales de esas que hacen escuela o son seguidas por los que aún quedamos en este plano.
Ricardo y Sergio nos dejaron esta semana. Tuvieron la decisión de marcharse de este mundo por razones que seguramente ellos conocen y que por sobre todo debemos darle un sentido que nos enseñe a ser cada día mejores personas.
Es responsabilidad del periodismo y del mundo básquet mendocinos, continuar sus enseñanzas y exaltar su obra, que por cierto a medida que pase el tiempo será más justamente valorada. No sé si se conocían entre sí, posiblemente no.
Quizás se cruzaron mil veces y no hayan hablado o tenido relación, de lo que estoy seguro es que los vamos a extrañar muchísimo. Dejaron cosas originales de esas que hacen escuela o son seguidas por los que aún quedamos en este plano.
Ricardo Mur se durmió para siempre hoy sábado en total y absoluto silencio. Consecuente a su costumbre, su eterno descanso lo inicio en silencio.
Las pocas palabras que emitía fuera del aire eran precisas y agudas, ya que poseía un humor fino e inteligente. Caminaba los medios en los que trabajó como se debe: Enfocado en lo suyo sin hacer alarde de nada.
En el punto máximo de su popularidad, hasta trataba de no tomar café en sitios concurridos porque su timidez lo incomodaba.
Eso sí, al encenderse la luz roja que dice aire se transformaba en una máquina robótica efectiva. Jamás se le escuchó un furcio o error de dicción.
En síntesis, Ricardo inicio la tradición de informativos televisivos locales a primera hora o como decimos en los medios de primera mañana, siempre con profesionalismo, amor al laburo y originalidad inigualables.
En el tele de las casas de este lado del país, su presencia irradiaba la calma necesaria para encarar el día. Hablaba pausado, su voz cálida y varonil eran cómplices de nuestros amaneceres.
Todo esto desde fines de los 90 en el canal 9 y posteriormente en el 7 hasta marzo de 2019 cuando decidió retirarse de los medios. Tenía apenas 69 años.
Sergio Pedemonte era todo lo contrario, le gustaba hablar en voz alta y su carisma le resultaba efectivo al momento de ponerse el buzo de Coach (así le decimos los del básquet al director técnico).
Su movilidad y pasión lo hacía dejar surcos al costado de las viejas baldosas y del moderno piso flotante de los gimnasios de todos los lugares donde trabajó. La pasión era su energía vital, y su capacidad muchas veces no resultó valorada lo suficiente.
Siempre desafió al estado de confort. Prueba de eso lo demostró cuando sorprendentemente en este tiempo reciente, encaró el desarrollo del deporte de los tableros en la municipalidad de Junín para dirigir y coordinar la rama femenina del departamento Jardín.
Cada vez que era necesario ganar, él era uno de los candidatos a ocupar ese puesto. Le sentaba muy cómodo recibir presión, y más allá de las derrotas dejaba siempre algo positivo en sus planteles.
Como todo humano destacado, despertaba amores y rechazos. Pero todos sus detractores sin excepción, nunca pudieron sustentar la ofensa irreverente de no respetarlo.
Ganó dos títulos nacionales de básquet femenino en 2012 y 2018, multicampeón en todas las categorías y participó de las más confiables plantillas, ya sea selecciones o clubes de nuestro medio con mejor rendimiento.
A los dos los une algo en común: Sus corazones grandes y generosos dijeron basta con diferencia cronológica de apenas cuatro días.
Charlé más con Sergio que con Ricardo.
Contradicción inexplicable de la vida, ya que en LV 10 y canal 9 con Mur fuimos compañeros de trabajo entre 1995 al 2004. Mientras que con Pedemonte nos cruzábamos en gimnasios o la sede de la Federación de Básquet. Tenía apenas 52 años.
A los dos les gustaba algo en común, Silvio Rodríguez era una de las debilidades de ambos. Se me ocurrió tomarme el atrevimiento de compartir con ustedes amigos lectores, como el máximo trovador cubano contemporáneo explicaba su visión referida al camino a una muerte digna con estos versos. Algo así como encontrar o alivianar el dolor de sus pérdidas.
Nos dejaron dos necesarios, imprescindibles e irreemplazables. La Tierra perdió lo que el cielo ganó: Dos tipos queribles y necesarios siempre.
Como la muerte anda en secreto
Y no se sabe qué mañana
Yo voy a hacer mi testamento
A repartir lo que me falta
Pues lo que tuve ya está hecho
Ya está abrigado, ya está en casa
Yo voy a hacer mi testamento
Para cerrar cuentas soñadas
Le debo una canción a la sonrisa
A la sonrisa de manantial, esa que salta
Le debo una canción a toda prisa
Para que quede que estuvo cerca, agazapada
Le debo una canción a lo que supe
A lo que supe y no pudo ser más que silencio
Le debo una canción, una que ocupe
La cantidad de mordazamor de un juramento
Le debo una canción a los pecados
A los pecados que no gasté, los que no pude
Le debo una canción, no como hermano
Sólo de sal que el delectador también alude
Le debo una canción a la mentira
A la mentira pequeña, frágil, casi salva
Le debo una canción endurecida
Una canción asesina, bruta, sanguinaria
Le debo una canción al oportuno
Al oportuno mutilador de cuanta ala
Le debo una canción de tono oscuro
Que lo encadene a vagar su eterna madrugada
Le debo una canción a las fronteras
A las fronteras humanas, no a las del misterio
Le debo una canción tan poco nueva
Como la voz más elemental de los colegios
Le debo una canción a una bala
A un proyectil que debió esperarme en una selva
Le debo una canción desesperada
Desesperada por no poder llegar a verla
Le debo una canción al compañero
Al compañero de riesgos, al de la victoria
Le debo una canción de canto nuevo
Una bandera común que vuele con la historia
Le debo una canción, una, a la muerte
Una a la muerte voraz que se comerá tanto
Le debo una canción en que hunda el diente
Y luego esparza con la explosión fuegos del canto
Le debo una canción a lo imposible
A la mujer, a la estrella, al sueño que nos lanzan
Le debo una canción indescriptible
Como una vela inflamada en vientos de esperanza…