Julián Molinari estaba alojado en el penal de San Rafael, tenía 73 años y esperaba “la domiciliaria”. Pero nunca le llegó el “changüí”, y terminó muriendo. De la peor manera.
Estaba encadenado, en mal estado, casi moribundo. Diez días antes se había descompuesto y lo habían llevado al hospital Schestakow.
Tenía una mancha en el pulmón, por lo cual le hicieron una biopsia y descubrieron que tenía cáncer terminal. Y ni así logró que lo dejaran pasar sus últimos días en su casa.
“Toda la noche estuvieron los compañeros de él tratando de ayudarlo porque no podía respirar”, explicó a Diario Mendoza Today un familiar de Molinari. Y añadió: “Estaba con siete personas en la celda y son 90 en un pabellón”.
El hombre tenía dos custodias, realmente no necesitaba cadena. y fue una custodio la que logró que en los últimos momentos de vida le saquen la misma.
“Once meses estuvo preso y no se resolvió nada. Cinco meses antes necesitaba un tratamiento coagulativo porque tenía una arritmia. tenía que ir una vez por semana a un lugar, pero se lo negaron”, dijo el ya mencionado familiar.
Hoy nadie parece hacerse cargo de nada, porque Molinari era un preso, y ya murió. Pero la historia sigue siendo trágica, porque es la postal de lo que viven muchos otros presos. El final está cantado.