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Vino, café y literatura: un combo exquisito para alegrar el paladar y despertar los sentidos

Históricamente el vino y el café han servido de inspiración a muchos escritores. Autores que en su obras se resaltan los atributos de estas tradicionales bebidas.

Esta vez no vamos a comentar directamente el desarrollo de los productos regionales y franquicias cuyanas que están posicionándose en nuevos mercados nacionales e internacionales.

Queremos compartir con ustedes una nota del escritor y especialista en agregado de valor y franquicias Iván Nolazco, quien nos envolverá en un recorrido fascinante por el mundo de la literatura donde son protagonistas dos de los principales productos de comercialización nacional: el vino y el café.

Podría titular esta nota como el secreto del vino y el café en la literatura. Imaginar la carta robada de Edgard Allan Poe, ese cuento en el que se busca una epístola, y quien quiere que no la encuentren hace lo más inesperado: dejarla a la vista de todos. Y es que, si vivimos la literatura, nos encontraremos en más de una ocasión saboreando una copa de vino tinto o una oscura taza de café, mientras advertimos lo esencial de la existencia.

El vino y el café no son ajenos al arte de escribir, muchas de sus páginas nos hablan sobre estas culturales e históricas bebidas. Podríamos comenzar con el padre de la literatura, en el relato épico de Ulises a su vuelta de la guerra de Troya, en un fragmento de la Odisea, mientras vaga por el mediterráneo, sin poder llegar a Ítaca. Homero escribe: “…siempre que bebían el rojo agradable vino, llenaba una copa y vertía veinte medidas de agua”. Como se puede apreciar, el vino está presente desde la Antigüedad.

En el Oriente Medio, son las Mil y una noches, aquel libro lleno de vida, de costumbres, de alegría, de malicia, de matiz que guarda entre sus cuentos… mil y una historias. En uno de sus relatos al califa Harún al-Rashid le llevan la noticia que, en su ciudad, Bagdad, hay una esclava que no solo es hermosa sino también la más sabia. El califa, que busca elementos de diversión, hace que la lleven ante él y le plantea una pregunta capciosa, de aquellas que, respondas lo que respondas, tienes muchas posibilidades de quedar mal. El califa le pregunta a la esclava Tawaddud qué opina del vino. Si ella responde que es excelente, el califa dirá que está incitando al pecado, y si dice que es un pecado, el califa dirá que olvida los beneficios del vino, a pesar de que es un pecado. Lo que hace la esclava, que es muy lista, es primero catar el vino para luego hacer una tremenda loa: “Es una lástima que Dios todo poderoso lo haya prohibido, pues no hay nada sobre la tierra capaz de ocupar su lugar”. Así, Tawaddud se libró inteligentemente del ataque del califa.

Es a finales del siglo XVI, cuando un anglosajón, llamado William Shakespeare, no tuvo mejor idea que darle vida a un personaje alegre, divertido y bebedor de vino en su obra Enrique IV. Así, Falstaff, con un toque de bohemio y filósofo, reluce en esta historia y lo hace tan famoso como el mismo Hamlet.

Tratando de descubrir el universo, Galileo Galilei, lanza una frase resume su conocimiento del cosmos: “Contendría el universo, el vino es luz solar, agua y sol en conjunción”.

No faltaron en su afán por el conocimiento, los amantes del saber, como el gran Nietzsche, quien de manera muy fina dice: “En dos estados el ser humano alcanza la delicia de la existencia y por lo tanto es feliz, en el sueño y en la embriaguez”. Más crudo y directo es Ramón del Valle Inclán quien escribió: “Sin vino, sin tabaco y sin sexo el mundo sería como para tirarse un tiro”.

En la fría Rusia, aparece uno de mis autores favoritos, León Tolstoi, quien en su magistral obra Anna Karenina, describe en un párrafo lo siguiente: “Podía ver que Anna estaba embriagada con el vino del éxtasis que inspiraba”. Tan exacto y romántico como solo él podía escribir.

Nadie pinta mejor los locos años veinte. París era una fiesta es una novela póstuma de Ernest Hemingway, uno de los escritores más importantes del siglo XX. Su relación con el alcohol es muy conocida y estoy seguro de que disfrutó la Ciudad Luz más que cualquiera de nosotros, en cafés y bares, para charlar y tomar vino.

Como si los conceptos y preceptos estuvieran conectados, saltando culturas y distancia, Lo Po escribe: “Con tres copas penetro el Gran Tao, tomo todo un jarro y el mundo y yo somos uno. Tales cosas como las que he soñado en vino, nunca les serán contadas a los sobrios”. Es Orhan Pamuk, en El museo de la inocencia, quien parece responder: “A fuerza de beber, había llegado a ese profundo estado espiritual, en que se siente la unidad y la unicidad del mundo entero”. Dos ideas sostenidas a siglos de distancia.

Ya ahogados por el romanticismo, podemos notar que Venus, la diosa del amor, aparece —y no por coincidencia— junto al dios del vino: Baco.

Como presagiando la inspiración de los autores o el éxtasis de esta combinación, Neruda describe en parte de un poema escrito en un café de su adorada España que tanto amaba: “Amor mío, de pronto tu cadera es la curva colmada de la copa, tu pecho es el racimo, la luz del alcohol tu cabellera, las uvas tus pezones, tu ombligo sello puro estampado en tu vientre de vasija, y tu amor la cascada de vino inextinguible, la claridad que cae en mis sentidos, el esplendor terrestre de la vida”.

Jorge Luis Borges, en el primer café cultural de Buenos Aires, escribía: “El vino fluye rojo a lo largo de las generaciones como el río del tiempo y en el arduo camino nos prodiga su música, su fuego y sus leones”.

Si quieres visitar la mesa de Cortázar, no te olvides de llevar una copa de vino, una hoja en blanco o dejarle un boleto del metro con una rayuela dibujada, pero debe ser en el café de siempre.

El café, en su doble acepción, no es solo una cuestión externa al ejercicio de la ficción: es también tema, motivo y fuente de muchas historias que surgen con base en su espíritu socializador de carácter universal. A diferencia de muchos otros productos relacionados con la creación literaria, la sola mención del café prácticamente no requiere de explicación, pues en términos culturales forma parte del acervo de la mayoría de la población mundial.

París en la rue de l’Ancienne-Comédie, guarda celosamente el más antiguo café literario: «Procope», allí Voltaire saciaba su adicción al café y, según cuenta la leyenda, en sus mesas se escribieron partes de la constitución de Estados Unidos de la mano de Benjamín Franklin.

¿Y qué decir del famoso Café de Kafka? Cuenta Mark Axelrod, en su libro El viaje de Borges, el garaje de Hemingway: historias secretas, que a Kafka nunca le gustó el negocio de los seguros. Le aportó suficiente dinero, pero siempre estaba buscando otros medios para obtener ingresos y, como claramente no estaba interesado en heredar el negocio de su padre, estaba ansioso por oportunidades de inversión. Emil Janouch describe un encuentro particular con Kafka cuando este le contó sobre un cuento corto en el que estaba trabajando en el que un hombre se puso a trabajar solo para descubrir que todos sus compañeros de trabajo eran gallos. Janouch escuchó a Kafka explicar toda la historia antes de preguntarle de dónde sacó la idea. Kafka respondió que fue en su café favorito. Janouch le contó a su padre sobre la reunión con Kafka y este buscó a aquel con la sugerencia de que compraran el café juntos y lo limpiaran. Kafka estuvo encantado con la idea. Con dinero adicional invertido por Max Brod, compraron el café y comenzaron a buscar un nombre nuevo y original. Se sugirió La Metamorfosis, pero se descartó. Se sugirieron también La Colonia Penal, La Madriguera, Un Artista del Hambre, El Pueblo Vecino y El Castillo, pero todos fueron descartados porque sonaban más para título de cuentos o novelas. Finalmente, agotados por la tarea de concebir un nombre, se decidieron simplemente por Café de Kafka. El café fue un gran éxito financiero y se convirtió en una institución de Praga. Pero después de la muerte de Kafka y la invasión nazi, el café cerró.

En el país sudamericano cafetero y cafetalero por excelencia, las seis generaciones Buendía saboreaban por las mañanas una taza de café con leche en el mágico Macondo. Y estoy seguro que la soledad del coronel se reflejaba en el espejo oscuro de su taza de café. También una taza de café fue testigo mudo en la virreinal Ciudad de los Reyes, cuando un patriota fue muerto por escribir ¡LIBERTAD! en cierto café de la calle Bodegones.

Baldomero Fernández imaginaba y soñaba entre la lluvia y un café, una noche dejó escrito en una servilleta: “A pesar de la lluvia yo he salido a tomar un café. Estoy sentado bajo el toldo tirante y empapado de este viejo Tortoni conocido”. Esto solo fue posible en el siempre cultural Buenos Aires de Borges y Gardel.

Estos secretos que descubrimos día a día, entre una copa de vino o una taza de café, en un libro o en una simple conversación, es lo que queremos plasmar en un espacio que solo un café puede brindar.

Buscamos un espacio cultural donde se mezclen las volutas de café y el intenso aroma del vino con la literatura; enclavadas como notas musicales que hilan los recuerdos en simples palabras.

El vino te lleva a la verdad, en el reflejo tinto de una copa; el café te conduce a la nostalgia, al recuerdo y al amor, en el espejo oscuro de una taza.

Ya no es ningún secreto, ni casualidad para alegría de nuestra región que las principales franquicias exportables sean de nuestros productos regionales.

Gracias Iván Nolazco por dar a conocer nuestra cultura y ser parte activa en el desarrollo comercial de nuestra región.

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