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La politiquería populista

Por Horacio Marinaro.

“Con la democracia no sólo se vota, sino que también se come, se cura y se educa”, nos aseveraba en 1983 Raúl Alfonsín con la finalidad de convencernos sobre las bondades de éste – el mejor – sistema de gobierno que nos debería regir. Con ella y en libertad, asegurar el bienestar de todos nuestros habitantes previa elección de nuestros gobernantes mediante la invalorable herramienta cívica del voto.

Pero ya en 1992, el propio Don Raúl modificó su frase para expresar: “Creo que, con la democracia, se come, se cura y se educa, pero no se hacen milagros”, asegurando luego que “Hemos aprendido que un buen eslogan no siempre es una verdad y que en política no hay milagros”.

Resulta menester entender que no hay democracia perfecta ni plena, pero admitamos, que la libertad en política, es la democracia.

Más adelante en el tiempo apareció la politiquería populista con su grandilocuencia y sus delirios de una igualdad cimentada en la redistribución de la riqueza. De esta manera, quien a través de una vida de sacrificios y esfuerzos había logrado una posición holgada, debería compartirlo con muchos que durante tres generaciones nunca vieron asomar el sol o a sus progenitores partir hacia el trabajo, culpando de sus miserias a quien más tiene sin mirar el esfuerzo que los mismos hicieron y hacen cotidianamente.

Su mayor expresión fue durante los cuatro desgobiernos del kirchnerismo con la aparición de planes y más planes, subsidios y demás prebendas en un entramado que ningún gobierno se ha atrevido a desguazar y que finalmente la actual administración está empeñada en ordenar e investigar.

En primer término, se trata de eliminar los nefastos intermediarios que conducen piquetes y marchas, cobrando un porcentaje de los planes que los más necesitados perciben, amenazándolos con quitárselos si no asisten a las citadas marchas. Todo parece indicar que en poco tiempo los beneficiarios recibirán la ayuda gubernamental a través de un sistema de tarjetas personalizando la recepción. También se estudia la posibilidad de capacitar a quienes son aptos para cumplir alguna tarea que en un futuro no muy lejano les permita insertarse en la masa laboral privada, obteniendo de ese modo un medio digno de vida para ellos y su núcleo familiar.

De esta manera, personajes sombríos y prepotentes como Pérsico, Navarro, Grabois, Belliboni, Alderete, Castells y otros se quedarían sin su fuente de ingentes ingresos y, lo que es más importante, sin su rebaño de rehenes.

En otro aspecto, la declaración como servicios esenciales de algunas actividades como la educación, la salud y el transporte, terminarían con el poder extorsivo de los jerarcas sindicales como Baradel, Moyano o los metrodelegados que como grandes señores feudales del medioevo, privan de la posibilidad de educarse a millones de niños, de ejercer libremente su actividad a industrias y comercios o dejar sin medio de transporte a miles de ciudadanos.

Unos con incontables paros docentes, otros atravesando enormes camiones en rutas o ingresos a establecimientos y los restantes haciendo paros sorpresivos, privando del servicio a miles de usuarios en protesta por la aplicación de una suspensión disciplinaria a un compañero de trabajo.

Por lo expuesto precedentemente, el populismo tiene miedo a fracasar en la influencia, perder poder, ingresos y privilegios (y también impunidad) y tener que someterse a las reglas que nos rigen a todos los argentinos. Por eso su visceral oposición a todas las modificaciones que pretende implementar el gobierno actual. Revistan en él el kirchnerismo, la izquierda retrógrada y algunos iluminados como el senador Lousteau que accedió a varios cargos acusando a las huestes de Cristina para transformarse actualmente en uno de sus más fervientes voceros.

En mi opinión El único freno que conocen el político populista, es el miedo a una prensa independiente. Algunos lo llaman acatamiento o sumisión, pero yo prefiero pánico escénico, por aquello de: “que me odien, pero que me teman”, un rasgo pleno de Cristina. Recordemos que, sin ese miedo, todo poder populista se vuelve una tiranía, aunque esté muy enmascarada.

En una democracia, como todos sabemos, el éxito de los líderes políticos depende de su habilidad para convencer a los votantes. Por primera vez accede a Balcarce 50 un presidente que está haciendo lo que prometió en campaña. Es hora de que los argentinos aprendamos a valorar esas cualidades, hoy y para siempre.