Daniel Bosque

Qué lindo es jugar con fuego

“El tamboril se olvida y la miseria no” (de Los Olímpicos, canción uruguaya de Jaime Ross)

Esta es la crónica de un argen error no forzado. Mientras muchos tontos se cantan de la risa y cuando, en particular, las clases medias y altas se escandalizan de lo que le llega por las redes, cabe responder con un Sí más grande que una casa acerca de cuán bajo ha caído la Argentina de carne y hueso.

Chocolate por la noticia para los que no estaban enterados del talle XXL de esta exageración regada de fernet y falopa. Hoy gatilló sus desbordes a escalas industriales, entre millones de almas emocionadas que buscaban alargar sus alegrías.

No son tan boludos ni se hacen. Simplemente hay otras agendas, negocios y clientelas a los que deben atender los políticos que asuetaron el país e idearon este maquelarre en el AMBA, parecido al velorio covideano de Diego Maradona.

Parece que toda reflexión está demás, pero el bajón anímico es inevitable. En todo caso, duele ver que el ego argentino es un mensaje que se autodestruirá en cinco segundos, como decía la vieja serie Misión Imposible. 

¿Quién paga todo esto? Pues nadie pibe, vos qué pensás. En el control de daños, junto con los heridos, muertos, robados y vandalizados por la violación criolla de las leyes de la gravedad o la prudencia, viajan por las redes testimonios angustiados sobre el daño previo por un feriado nacional desoído por muchos, que quedará en los anales de la niebla mental de los funcionarios y sus monsergas.

El circo criollo no mide riesgos. Ni el de los recursos humanos que no tienen donde caerse muertos ni el de sus estrellas idolatradas. La imagen de la madrugada, en la caravana dr Ezeiza al predio de la AFA, del Rey Messi y otros astros agachándose justo a tiempo para no ser degollados por un cable, exime de toda horripilación anexa.

Bienvenidos a la Argentina queridos héroes. A su país, en el que patearon la primera pelota y al que buena parte de ustedes volverán cuando cuelguen los botines, a un retiro rosa bien merecido y a salvo de chorros y vándalos. Este martes será un recuerdo incómodo para contarle a los hijos.

Mientras los políticos incluído el Chiqui Tapia, pope de la AFA, se pasan las facturas por este fiasco que da la vuelta al mundo, los más viejos se escandalizan diciendo que en 1986, la última gesta mundial, no hubo estas orgías de vulgaridad y descontrol. Memorias cortísimas: ya en 2014, Argentina, el subcampeón, fue el único país que no homenajeó a su equipo en olor de multitudes. Googlear: el equipo dijo en un comunicado que “no estaban dadas las condiciones de seguridad” para estrecharse con sus seguidores.

El Gobierno, que debe velar por bienes y haciendas, ha faltado ahora a dos citas: la del control social y la del cálculo de costo-beneficio. El tiro ha salido previsiblemente por la culata y ha empañado “La Fiesta de todos”.

Así se llamaba, justamente, aquella película bodrio, un lunar inexplicable del Sergio Renán director, que mostraba a “un país jardín de infantes” como lo bautizó María Elena Walsh, vivando a Kempes, Passarella y Menotti, mientras Videla, Massera y Agosti gerenciaban la noche larga y negra.

No ha sido posible tampoco la remake del demócrata Raúl Alfonsín cediéndole el balcón de la Casa Rosada al mágico e increíble Maradona. Coincidencias después de aquellas fotos, al Diego y a la Argentina se le vinieron varios infiernos más encima. Aquel 10 – hoy destronado por este Leo que eligió ser albiceleste y no español – sucumbió en sus laberintos.

Nosotros, en cambio, seguimos rodando nuestro destino colectivo. Tuvimos tres semanas increíbles en las que, por ¿obra? y gracia del futbol, el mundo nos ha admirado la pasión y el batallar. Hoy fue el turno del scanner: de recordarnos que estamos bastante jodidos.  

El hambre del Estado por prolongar la fiesta mundialista ha sido fatal. No era necesario, por las pinches prioridades de la política, sacar a pasear tantas miserias juntas y darle semejante hachazo a la ilusión transversal que encendió Qatar. A veces es mejor aquello de “mentíme que me gusta”. Un ratito más no les costaba nada. 

Artículos Relacionados