Nicolás Sanz

Carta abierta a mi mejor amigo (en el Día del Amigo)

"Amigo querido, gigante chiquito".

Antes de dar inicio a la redacción de este artículo, me siento en la obligación de advertir que no se trata de algo periodístico ni de interés general, por el contrario, este escrito refiere a algo meramente personal.

No obstante, siento tener –a riesgo de equivocarme- la facultad de utilizar este espacio dado que mi mejor amigo es el fundador y director de Diario Mendoza Today, Christian Sanz, a la sazón mi padre.

Tal vez, al lector le dé una idea diferente del creador de este medio o pueda conocer un poco más sobre el encargado de dirigirlo.

Mi viejo es el tipo más honesto que conocí en mi vida, un tipo que te brinda ayuda desinteresadamente, antimaterialista, incorruptible y orgulloso.

Pero la historia que nos une como mejores amigos viene de hace rato, desde el año 1999. Se acercaba el nuevo milenio y tuve que pasar por una compleja operación, tenía apenas 4 años y, como a todo padre, ese momento le generó una terrible angustia.

Pasó la anestesia y, según cuentan las crónicas familiares, desperté y mi primer acto de gratitud fue cantarle a mi mejor amigo la canción “Gigante chiquito” de Sergio Denis.  Menuda melodía que hasta el día de hoy sigue siendo el emblema de nuestra relación.

Un tema que, ante los momentos más adversos, puede hacernos llorar a cualquiera de los dos. Me pasa, y sé que a él también, que al escuchar las estrofas de ese tan sentido tema, recuerdo las añoranzas que tan feliz me hicieron.

Esos domingos en la plaza Houssay, cuando la pobreza nos abrazaba y la alegría era infinita. Una cajita de mentitas con gusto a dulce de leche representaba ese gesto difícil de entender para cualquier chico. Y duraba lo necesario.

Largas caminatas en la calle Lavalle en pleno microcentro, una salida a la feria del libro o la visita a algún hogar para chicos son las cosas que más me han tocado el alma al lado de mi viejo.

Son esos recuerdos imposibles de ignorar. Esos momentos que duran poco pero te marcan para siempre. Sobre todo, porque ungido en la pobreza, mi viejo supo arreglárselas para hacerme feliz –y a mis hermanos-.

¿Cómo olvidar esa hora de viaje entre la casa de mi vieja y la de mi mejor amigo? Es un momento eterno para cualquier chico, pero el protagonista de este artículo se las arreglaba con gran ingenio para poder entretenerme.

¿Cómo olvidarme mirándolo con admiración cuando me hablaba sobre periodismo, o aquella vez que, teniendo alrededor de 10 años, tuve la suerte de acompañarlo en una charla con una fuente de información? Resultaba ser algo nuevo y portentoso para mis ojos.

O aquella vez que me pidió que lo acompañe a La Plata en el marco de una investigación que él venía llevando a cabo. Toda una hazaña. Momentos para no olvidar.

Así, admirando el trabajo de mi viejo, a los 10 años leí mi primer libro sobre la “introducción al periodismo”, el cual, dicho sea de paso, él me había obsequiado. Incluso, por ese año (2005) redacté dos artículos periodísticos. Eran malísimos y con las limitaciones de cualquier chico de 10 años, pero ello denota qué tan orgulloso estaba de que mi viejo fuese periodista de investigación.

Más aún, hoy esa honra se multiplicó por mil, porque puedo entender el trabajo que hace –y que ha hecho- intentando cambiar al mundo. Trabajo en el que intento acompañarlo aunque la distancia de 1200 kilómetros lo haga complicado.

Pero es necesario destacar algo más. Christian Sanz es mucho más que mi viejo y mi mejor amigo. Se trata de la persona que me enseñó a ser humanamente humilde y solidario, lo más correcto posible. Mi profesor en la vida y en el periodismo. Mi eterno compañero de aventuras.

Es aquel con quien puedo mantener charlas telefónicas por horas y jamás aburrirme. Porque hay que decirlo, no existe, al menos mirándolo desde un punto de vista subjetivamente personal, tipo más divertido y didácticamente explicativo como él.

Por eso, en este día del amigo quería escribirle esta carta abierta, para que, cada vez que me diga estar orgulloso de como soy, sepa que es gracias a sus enseñanzas y actitudes. Y para que sepa que lo amo –palabra que me cuesta decir pero cuyo sinónimo realmente no existe- y que será mi mejor amigo hasta el último día.

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