De autor

¿Por qué nadie me atiende en este sexshop?

Tengo 83 años, soy legalmente ciega y me vendría bien un poco de asistencia al comprar.

No veía cuál era el problema. Soy una mujer muy respetable que sabe lo que quiere y tiene la capacidad de pagar por ello. A los 83 años, tal vez tengo un poco más edad que la mayoría y soy legalmente ciega, pero, en general, a las personas les da gusto recibirme en sus negocios y tiendas exclusivas y se mueven rápido para brindarme ayuda.

¿Pero aquí? ¿En esta sofisticada tienda erótica de SoHo? Fue como si se partieran las aguas, y yo quedase varada en una orilla distante. Nadie me preguntó si necesitaba ayuda para encontrar algo. Lo peor, la amiga que invité específicamente para reseñar y reportar sobre la mercancía parecía haber desaparecido. ¿Se había esfumado mágicamente en una nube de vergüenza por la variedad de consoladores multicolores que se podían ver al entrar? ¿Qué esperaba en un lugar como este? La variedad es su especialidad.

Tenía en mente comprar un par de juguetes deliciosos porque creo en la búsqueda de la felicidad para las personas de todas las edades e inclinaciones. Para este fin, estaba lista para comprar, comprar y comprar, pero parecía que no había nadie que quisiera vender, vender y vender. Como tengo una discapacidad visual (como lo delata mi alegre y adornado bastón), cualquiera podría ver sin duda que la asistencia era necesaria. Ahora, más que nunca, necesitaba compañía.

No obstante, ella había huido a un rincón lejano. Ella parecía dispuesta, al principio, a acompañarme en esta expedición de compra. ¿Por qué ahora se rehusaba? Con certeza, no era posible que adultos funcionales se sintieran apenados por estar en un ambiente dedicado al placer. Algo tan incongruente sería absurdo en la actualidad y en esta época, ¿no?

Mi lema es: sexo para uno, sexo para dos, sexo para todo aquel que lo desee. Y eso enfáticamente incluye a aquellos de nosotros que tenemos una edad muy muy avanzada.

Considero desconcertante la mojigatería en torno las tiendas eróticas. Me crie en la década de los 50, cuando muchos de nosotros estábamos cautivados con las declaraciones de Sigmund Freud sobre el orgasmo vaginal simultáneo. En el mundo del sexo correcto psicoanalíticamente recetado, el uso de pertrechos disminuiría la superioridad del todopoderoso órgano masculino. Algo impensable en ese entonces. Sin embargo, ya no estamos atados por el síndrome del ego masculino.

¿De verdad pensamos que las pobres cosas son tan frágiles que a menos de que sean la única y exclusiva fuente de placer sexual de una mujer perderán su estatus como amos del universo? ¿Por qué impondríamos tal carga en estas almas agobiadas? Todos sabemos que cualquier persona cuerda quiere darle placer a su pareja, amigo o amiga, romance pasajero, conocido o conocida reciente. Tal persona estará feliz de sugerir, en ocasiones, bajo ciertas circunstancias, el incorporar refuerzos.

Para algunos de nosotros, la era del rapidín ha terminado. Sin embargo, una excursión en solitario a mediodía o un encuentro para uno a la hora del té podría ser genial. Sin importar el lugar, los juguetes también son para los grandes.

Cuando las personas menosprecian a las tiendas eróticas, a menudo lo hacen con el cliché de que “el sexo debe ser natural”. Bueno, sí, pero a veces el sexo puede ser amplificado con música, aroma, fantasías y juguetes, así como el tacto y las caricias. Y, por supuesto, todas estas adiciones pueden mejorar una sensación singular, así como los deliciosos dúos, tríos, cuartetos y más. ¿Podría ser que todavía estamos distantes de nuestras vaginas? Si mi compañera de compras estaba abrumada o le faltaba educación sobre tales asuntos, era mi deber corregir eso.

Era momento del rescate. Sabía que tenía que enfrentar y deshacerme de cualquier noción extraña que ella tuviera que le evitara cumplir su tarea designada de ser mis ojos. ¿Por qué no revisaba el lugar, para decidir en un atractivo despliegue de inventario y llevarnos precisamente por ese pasillo? ¿Era una cuestión de edad? La suya, no la mía. Ella era, después de todo, un retoño de solo 40 y tantos años. Tal vez su comportamiento elusivo podría deberse solo a la locura de la juventud.

Después de finalmente localizar a mi compañera de compras, puse una mano sobre la suya para confortarla. “¡Habla!”, le dije. “¿Por qué la timidez?”.

“Pensé que estabas bromeando cuando mencionaste una excursión a una tienda erótica”, respondió. “No hacemos esto de donde yo vengo. Ni Dios lo permita”.

Casi podía oír cómo se ruborizaba.

“Querida, el orgullo total de todas nuestras aventuras es otro de mis lemas. Sin vergüenza, sin ser juzgadas”, le dije.

¿Había un problema con la idea de que una trabajadora social ciega y de edad avanzada fuera una gurú en mejorar las experiencias sexuales? ¿O el problema era mi voz clara que penetraba el ambiente en silencio? No lo sabía. No servía de nada darle a su pensamiento angustiado más tiempo. La tomé del brazo con firmeza y zigzagueamos juntas por el pasillo.

Rosa, morado, celeste, turquesa (tantos artículos interesantes en colores tan deliciosos). No daré detalles sobre el equipo a la venta, ya que quiero alentar viajes personales de exploración.

Un compás de música flotó por la ventana y trajo memorias con él. Una tarde de gozo lento y solitario. Un baño aromático, automasaje con aceite corporal con fragancia, una lista de reproducción especial, un menú apropiado para ayudar a ajustar los ritmos del placer. Qué conveniente tener esa muy pequeña cantidad de energía eléctrica guardada en el cajón de la mesita de noche. Inspiración al instante. Un nuevo y moderno significado para el viejo tiempo fuera.

Mi compañera y yo completamos nuestras compras. Al fin liberada de sus nociones preconcebidas, se dejó llevar y siguió mi buen ejemplo: ¡el morado es lo máximo! Salimos de la tienda agitando sendas bolsas de compras y nos detuvimos en la esquina para reírnos. Dos amigas disfrutando de lo mejor de la vida.

No debería haber límite de edad para la sensual vida sexual. La energía erótica siempre es apropiada a la edad. Es una manera de estar en el mundo, un toque de gala que agregamos a nuestras rutinas mundanas. Coqueteamos con el chofer del autobús, usamos un camisón de seda roja bajo un vestido negro, dejamos que un pedazo perfecto de chocolate se derrita seductoramente en nuestra lengua.

Nuestros cuerpos son nuestros amigos (no solo bandejas que cargamos alrededor de la cabeza). Percibimos el mundo a través de nuestros sentidos. Son fuentes para plantarnos en la tierra y de disfrute. Aunque en la edad avanzada estamos familiarizados con una disminución en el oído y la vista, déjennos usar nuestras deficiencias para aproximarnos al gusto, el tacto y el olfato.

Estamos en el epílogo de nuestra vida. Podemos liberarnos de tantas cosas. Por ejemplo, dejar de trepar en la jerarquía y esforzarnos. Otro ejemplo, dejar de avergonzarnos de nuestro cuerpo. La mayoría de nosotros hemos aceptado los efectos de la gravedad, como se manifiesta en las formas de nuestro cuerpo algo alterado. Ya no prevalece la duda de nosotros mismos que puede arruinar incluso nuestros momentos más íntimos.

Debemos centrarnos en el placer: es nuestra libertad. Nuestra realidad sensorial siempre está disponible y nos ubica. Es como honramos el prodigioso regalo de estar vivos. Aterrizamos en el respiro, la sangre y los huesos de nuestros seres físicos. Finalmente, pertenecemos.

¿Por qué no continuar la celebración con algunos tesoros de una tienda erótica? Yo vivo en la complicidad del amor duradero. Dos conspiradores, que viven en la comedia de nuestra vida compleja, complicada y hermosa. Con juguetes o sin juguetes, no importa. Lo que importa es la risa. El humor de nuestros preparativos para el despegue. Divertido, pero a veces atado al dolor. Nosotros, los viejos, sabemos que perderemos al otro uno de estos días. Alguien tiene que irse primero. No soy amable, ruego porque sea yo.

Mientras tanto, lo más importante para mí es la cercanía. Quiero una unión uno a uno de mente y cuerpo sin trabas, sin inhibiciones e incondicional.

En los secretos de nuestra piel, mi pareja y yo nos encontramos. Profundizamos y descubrimos. Él se sienta en el borde de la cama, se retira sus anteojos, los dobla con cuidado y los coloca en la mesita de noche. Él, mi amor, es calculador. Él se concentra con intención.

Cuando voltea la cabeza, no puedo ver su expresión, pero creo que puedo sentirla y sé qué ocurrirá a continuación.

Él apaga la luz.

Envuelta en sus brazos, sincronizo mi respiración con la suya. Un toque, una palabra, una caricia. Me hundo, a gran profundidad. Me estiro, estoy recogida. Me preparo para volar. Vivimos en nuestros cuerpos viejos, este hombre y yo, pero, por el momento, vivimos (con un fuerte deseo, seguros de la alegría destellante de nuestro vuelo).

 

(*) Diana de Vegh es una psicoterapeuta que tiene su consultorio en la ciudad de Nueva York.

Este artículo fue publicado primero en New York Times. Click acá para leer el post original.

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