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Un éxito legislativo de un valor superior a lo que fue sancionado

Justo al cumplir seis meses de gestión, el Gobierno pudo festejar la aprobación en el Senado de sus leyes más deseadas. La importancia de Guillermo Francos, el papel de Victoria Villarruel y la colaboración incidental del senador Lousteau. Por José Angel Di Mauro.

No es la ley que Javier Milei quería; con solo pensar en los 664 artículos del proyecto original, cuando el paquete fiscal estaba dentro de la iniciativa presentada el 28 de diciembre pasado y las empresas a privatizar figuraban en un anexo (y eran 44)… Aquel proyecto que eliminaba las PASO y nominaba diputados por circunscripción; y que recuperaba el martillo y la toga en la Justicia…

No es la ley que había entusiasmado al presidente. Pero es la ley posible.

Eso es lo que terminó aprobándose en la que fue la sesión más larga del Senado en estos 40 años de democracia. Veintiún horas y media, sin cuarto intermedio duró el debate de la ley de Bases y el paquete fiscal. Solo para comparar, poco más de 12 se extendió la sesión en la que se aprobó la legalización del aborto, en diciembre de 2020, aun con pandemia. Casi 18 horas fueron las de esa dramática sesión por la 125, la del voto “no positivo” de Julio Cobos.

Le corresponde a Guillermo Francos el mérito inobjetable de haber conseguido los votos para aprobar las leyes fundamentales de esta gestión. Pero no menos valor le asiste por haber convencido al presidente de que tal era la importancia de conseguir la aprobación, que el contenido de lo que fuera a aprobarse sería secundario.

Porque Milei podría gobernar tranquilamente sin la ley de Bases; le alcanza con el decreto 70/23, dicen los que no lo quieren bien. Lo cierto es que, como ya hemos dicho y repetido en este espacio, no era inocuo lo que pudiera suceder con esta ley. Su rechazo podía marcar el principio del fin del experimento libertario.

El Gobierno de Milei venía de vivir lo que muchos consideraron “la peor semana de esta gestión”. Por el escándalo del Ministerio de Capital Humano, por las internas terribles en el seno del Gobierno; pero sobre todo por la derrota legislativa en la Cámara de Diputados y, más aún, los dos tercios de los presentes alcanzado al contabilizar la votación. Una semana pésima, con el dólar y el riesgo país en alza, en la continuidad de otra semana casi tan mala, en la que fue eyectado el jefe de Gabinete Nicolás Posse.

Esta que pasó, en cambio, las piezas encajaron. Y uno tras otro, el Gobierno enhebró éxitos módicos: la aprobación de los proyectos en el Senado, por lejos el hecho más rimbombante; pero también la inflación más baja en dos años, con un dígito inimaginable para esta altura del año cuando amanecía esta gestión; la renovación del swap con China, y en el mismo orden, la aprobación del desembolso de otros 744 millones de euros para la Argentina por parte del FMI. Y por si fuera poco, el presidente cerrando la semana en el G7, codeándose con los presidentes de los principales países de Occidente. Una semana soñada, qué duda cabe.

¿Qué importa si para cantar victoria el gobierno aceptó resignar la derogación de la moratoria previsional, o dejar de lado las privatizaciones de Aerolíneas, RTA y el Correo? Lo importante era mantener los proyectos vivos y evitar a como diera lugar que la oposición alcanzara los dos tercios en artículos clave. Ambas cosas se lograron, pero para eso fue que a instancias de Guillermo Francos se extirpó de la lista de las empresas privatizables a esas tres tan emblemáticas, o el capítulo de las moratorias. Eran partes de los proyectos en los que la oposición tenía serias posibilidades de alcanzar los dos tercios y blindar esos artículos. El Gobierno hizo política, ni más ni menos.

Atrás quedó el verano en el que la oposición dialoguista se quejaba porque dialogaba con un Martín Menem desempoderado, y un presidente señalando con un dedo al “nido de ratas”, mientras con la otra mano aferraba un bidón de nafta. A instancias de su flamante jefe de Gabinete, el Gobierno hizo política, repartiendo partidas, obras, modificando artículos y hasta dando cargos. Terminó de entender que el fin bien justifica los medios.

Propios y extraños recuerdan el efecto muy contraproducente que tuvo para el Gobierno de Raúl Alfonsín -en los albores de esta democracia- el rechazo del proyecto de democratización sindical, también conocido como Ley Mucci, que la gestión alfonsinista había presentado apenas 11 días después de asumir, y que fue rechazada en el Senado por apenas un voto el 14 de marzo de 1984. No son pocos los que sostienen que esa madrugada “le picaron el boleto” a ese gobierno radical. Ese presidente que había llegado al poder sorpresivamente, con una catarata de votos y parecía predestinado a sepultar al peronismo, se demostró falible entonces. ¿Cómo no iba a ser importante que el presidente Milei tuviera esta ley?

La aprobación no estuvo exenta de dramatismo, pues en vísperas de la votación, los santacruceños José María Carambia Natalia Gadano anunciaron no solo que votarían en contra, sino que tampoco darían quórum. Dos semanas antes se los contaba a favor, parte de los 38 votos que el oficialismo soñaba reunir, luego de haber hecho una concesión en materia de regalías mineras, elevándolas de 3 a 5%. Sin esos senadores, el triunfo por desempate todavía era posible, mas no el quórum… Sorpresivamente el destino de la sesión quedó en manos de Martín Lousteau, demonizado las últimas semanas por el mundo libertario y sus satélites (trolls y periodistas afines). Autor del dictamen de minoría, tenía lógica que el presidente del radicalismo diera quórum, pero había que confirmarlo y para eso Victoria Villarruel lo convocó esa noche a su despacho, para escuchar de primera mano qué pensaba hacer, y el exministro de Economía de Cristina Kirchner le aclaró que estaría sentado en su banca al día siguiente, despejando temores.

Otro mérito del nuevo jefe de Gabinete fue haber logrado habilitar a la vicepresidenta para ser parte de las negociaciones, pues había sido “congelada” por Karina Milei, que le desconfía. El rol de VV fue decisivo no solo por los tres desempates que le tocó protagonizar el miércoles pasado.

El protagonismo de Lousteau no se limitaría en la sesión a dar quórum. También pasó a ser clave que votara en la ley Bases. Ya había dicho que estaba en contra, pero muchos especulaban con que se abstendría, para no quedar pegado al kirchnerismo al votar. Sin embargo un fantasma comenzó a sobrevolar el Senado luego de que los santacruceños llamaran a no boicotear la sesión: si Unión por la Patria decidía abstenerse y Lousteau hacía lo mismo, la sesión se caía por falta de quórum. Por eso es que nadie (y sobre todo los trolls) le reprochó al exembajador en Washington que hubiera votado en contra.

Tampoco sufrirán el escarnio los dos santacruceños, que luego de votar en contra en general, salieron presurosos del recinto. De haber estado presentes en los minutos siguientes, en la votación en particular le hubieran volteado a Milei la delegación de facultades. El oficialismo compensó ese gesto manteniendo la cláusula de las regalías, aunque les puso un condicionamiento nuevo que el propio Carambia objetó, pero igual terminó votando: que el 5% rija solo para los emprendimientos que se hagan a partir de la promulgación de la ley.

Toda la atención y tensión estaban puestas el miércoles en la ley de Bases, pero los principales traspiés los tuvo el Gobierno en la otra ley, que es la que desvela ahora de cara a lo que vaya a suceder en Diputados.

Quedó claro en la reunión del jueves pasado que Francos mantuvo con los principales referentes de los bloques oficialista y dialoguistas: “Hagan lo que quieran con la ley de Bases”, dicen que les dijo, pero pidió que refloten en el paquete fiscal Ganancias y Bienes Personales del paquete fiscal, cuyos proyectos fueron rechazados en el Senado.

Con todo, el diputado radical Fernando Carbajal -disidente de la conducción de Rodrigo de Loredo– ya encendió las alarmas al advertir que Diputados “no puede insistir con Ganancias, Bienes Personales y la moratoria previsional, porque fueron desechados” por el Senado. Sus propios correligionarios dicen que eso no es así, y sostienen que desechar parcialmente un proyecto es una corrección que puede ser revisada por la Cámara de origen, insistiendo con la misma.

Lo cierto es que se abre un abanico de opiniones muy diversas sobre lo que está por venir y no puede descartarse que lo que pueda resolverse termine en manos de la justicia. Puede que la Cámara baja decida insistir con lo que aprobó en abril, para satisfacción del Ejecutivo que debió ceder mucho en el Senado, pero eso afectaría la relación con los senadores que apoyaron las normas. ¿Con qué garantías podrían negociar en el futuro en ese caso? Ese es uno de los interrogantes que se plantean, pero hay más. Si Diputados reflota Ganancias y Bienes Personales, que fueron rechazados por el Senado, ¿no podría ser objetado en el futuro por los jueces?

El artículo 81 de la Constitución es claro en ese sentido, pues indica que “la Cámara de origen podrá por mayoría absoluta de los presentes aprobar el proyecto con las adiciones o correcciones introducidas o insistir en la redacción originaria, a menos que las adiciones o correcciones las haya realizado la revisora por dos terceras partes de los presentes”. Si puede insistir con la redacción original, eso indica que puede reponer artículos rechazados por la otra Cámara.

Ahora bien, en el caso de la moratoria previsional, el Gobierno la sacó del proyecto antes del debate… para evitar que fuera neutralizado el tema por la oposición con los dos tercios. ¿Vale el artilugio de reponerla al insistir la Cámara de origen con la sanción original? Se viene un gran debate que tal vez tenga que terminar resolviendo la Corte Suprema.

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