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El mendocino Marcos Bruno quiere ser el primer argentino en llegar al espacio: “Voy a dejar todo para lograrlo”

Su sueño es subirse a una nave espacial. A los 20 participó de una simulación de la vida en Marte, a los 23 se probó el traje espacial. Hoy, mientras espera una nueva experiencia cerca de la NASA, su nombre ya figura en un satélite pronto a despegar. Desde Mendoza al infinito y más allá.

Marcos Bruno va a viajar al espacio. Su nombre, no su cuerpo. Una placa con sensores diseñada por él y un equipo de jóvenes de universidades argentinas, que lleva inscriptos los nombres de todos, ya está montada en un satélite de la empresa argentina Satellogic.

El Marcos de “chips y silicio, no de carne hueso”, como dice él, tendrá así su bautismo de fuego en esta aventura que se propuso desde que era un niño: ser el primer argentino en viajar al espacio, un sueño que está dispuesto a cumplir. Para eso, ya empezó a transitar un camino lleno de obstáculos que hasta ahora viene sorteando.

Animarse a soñar…con el espacio

Algunos quieren jugar un Mundial; otros, tener un hijo o una casa frente al mar; Marcos quiere viajar al espacio. Está convencido de que se puede, que hay que “animarse a soñar con estas cosas”. Este joven mendocino, a sus 26 años, ya ha podido dar pasos concretos para cumplir su objetivo. Hace seis años, en mayo de 2016, participó de un experimento en la Mars Society de Estados Unidos tras haber sido seleccionado entre cientos de candidatos de todo el mundo.

La organización, que impulsa proyectos para el futuro desembarco de la humanidad en Marte y está financiada por la NASA, entre otras instituciones, tiene un centro de simulación en el desierto de Utah. En esa geografía, muy parecida a la del planeta rojo, Marcos tuvo su debut como “astronauta”. Se puso un traje espacial, se metió en un simulador y “vivió” unas horas en Marte. Cuando se bajó y volvió a la realidad, recuerda que corrió y lloró de alegría. “Fue uno de los momentos más felices de mi vida, todo lo que había soñado estaba frente a mí”, dice.

Pero a veces el destino impone desafíos mayores en el momento en el que uno cree que superó todo. Eso ocurrió con Marcos. Cuando dejó el desierto y volvió al hotel en la ciudad, aparecieron 24 llamadas en su teléfono. Sus familiares querían darle una dura noticia: su papá había muerto, lejos, en su Mendoza natal. “Pasé del mejor momento de mi vida al peor, sin escalas”, reconoce hoy: “Maduré mucho a partir de eso, fue un golpe de realidad que me dio la vida. A los 20 años aprendí lo que es realmente un problema, no esas cosas de las que nos preocupamos a diario. Entonces a muy temprana edad entendí que tengo que hacer las cosas que me van a hacer feliz”.

El primer astronauta argentino: Fernando Caldeiro

Había una vez el primer astronauta argentino. Se llamó Fernando Caldeiro y participó de la era de oro de los viajes al espacio, la de los trasbordadores. Nacionalizado estadounidense, desde 1996 fue parte del staff de astronautas de la NASA. Sin embargo, aunque estuvo muy cerca, “Frank” (como lo rebautizaron allá) nunca pudo ser parte de una misión espacial y murió en 2009, con solo 51 años.

Marcos, que nació un año antes de que Caldeiro entrara a la NASA, sabe que puede completar la ruta de aquel pionero. Pero para eso falta mucho. “Es un camino tan largo… Quiero ser muy realista en esto: es el sueño de mi vida y he trabajado en los últimos años enfocado totalmente en eso, voy a dejar todo en la cancha para hacerlo”, dice con jerga futbolera.

La seguridad que denota al hablar contrasta con la de aquel niño que fue alguna vez, retraído, que solo hablaba con los demás para preguntar cosas extrañas para alguien de su edad: “De qué color es el blanco”, le lanzó a su maestra de cuarto grado que quedó atónita. “Si Papá Noel no existe, tampoco existe Dios”, le dijo a su mamá, a la que no le quedó otra que darle la razón.

A los 10 años mandó una carta a la NASA fascinado con lo que veía por la tele cuando despegaban trasbordadores como el Columbia o el Discovery. Al poco tiempo le llegó la respuesta: un paquete de cartón con el logo de la agencia espacial estadounidense y adentro, todo tipo de material educativo sobre el espacio.

Del bullying al sueño de ser astronauta

En esos días su infinita curiosidad contrastaba con su preocupante introversión. Se la pasaba solo, leyendo ciencia ficción. Y esa personalidad lo hizo una víctima fácil del bullying en la escuela primaria. Pasó lo mismo en la secundaria. Hasta que un día todo cambió.

Marcos recuerda la fecha exacta: 8 de octubre de 2010. Aunque seguía inmerso en su aislamiento, ya había aprendido a tocar la guitarra y, junto a otros compañeros, armó una banda de rock y se subieron a un escenario improvisado en el colegio: “Yo estaba como loco, corriendo de un lado para el otro, mi mamá no lo podía creer. A partir de ese día cambié, me volví más sociable, extrovertido. Pasé de ser una persona ridículamente introvertida a alguien que no puede quedarse callado como soy hoy. Todo gracias a la música”.

El Marcos que antes no miraba a los ojos a nadie, ahora tenía amigos y una novia. Y sus ojos se posaban en cosas más terrenales que el cielo y las estrellas. Así que el sueño de viajar al espacio dejó de ser un objetivo para su vida. Hasta que cuando menos lo esperaba, resurgió. Es otra fecha que lleva tatuada en su calendario: 6 de noviembre de 2014, recién ingresado a la Universidad Nacional de Cuyo para estudiar ingeniería mecatrónica.

Se enteró que Ellen Baker, una astronauta de la NASA, iba a dar una charla en Mendoza. Allá fue Marcos y aunque llegó tarde, alcanzó a hablar con el traductor de Baker, un joven colombiano que, como él, había nacido muy lejos del lugar donde se forman los astronautas. Pero que ahí estaba, iniciando su carrera espacial. Y entonces el bichito le volvió a picar: “A mí escuchar eso me voló la cabeza, ¡era posible lo que yo pensaba que era imposible!”.

Probando trajes espaciales

Dos años después, Marcos estaba en la Mars Society experimentando cómo sería la vida en Marte. En 2019, volvió a los Estados Unidos a ponerse un traje espacial, esta vez uno de los que diseña otro argentino, Pablo De León, para los futuros colonos del planeta rojo en el laboratorio que dirige en la Universidad de North Dakota. Esa vez, el propio De León lo invitó a formar parte de la primera tripulación internacional de su centro de experimentación marciana. “Él quería que hubiera un argentino y que fuera yo”, recuerda tres años y una pandemia después.

Sentado en su oficina de Merovingian, la empresa de data analytics que cofundó con dos amigos y que le ocupa parte de su tiempo, Marcos explica: “El objetivo de todos estos experimentos es entender los desafíos que vamos a tener el día de mañana en otros mundos del lado mental, del físico… Fuimos hasta ese momento el equipo que más carga de ciencia tuvo en la historia de ese centro de la Universidad de Dakota. Y poder aportar mi granito de arena a un experimento de la NASA fue un orgullo enorme”. Más allá de su trabajo, el resto del día lo dedica a seguir sumando habilidades que, según su parecer, algún día le servirán para aplicar a un puesto de astronauta en la NASA.

Ser piloto, buzo y después astronauta

Hace poco empezó a coleccionar horas de vuelo en avión para recibirse de piloto. Y después piensa hacer lo mismo pero debajo del agua, para ser buzo. Son experiencias que le darán puntos en la larga carrera hacia el espacio. También el experimento académico con Satellogic, resultado de una competencia nacional que ganó con su equipo.

hace todo casi sin moverse de Mendoza, específicamente de Luján de Cuyo, el lugar donde nació y donde vive todavía. “Lo que yo quiero transmitir es que yo soy de acá. Estando en un pueblo puedo animarme a soñar con estas cosas. Yo conozco gente que es más inteligente que yo, que tiene más recursos, pero que piensa que esto es imposible. Pero hay un pibe de Luján que se animó a soñar con ser astronauta… Me parece muy triste no seguir nuestros sueños”. Y sigue, verborrágico, con otra metáfora futbolera: “Entiendo que en la vida hay factores que te cortan las piernas, pero es muy triste cuando nosotros nos cortamos las piernas”.

“Necesitamos un plan B”

Marcos no se pone límites. Al infinito y más allá, parece apuntar cual Buzz Lightyear de la saga Toy Story. Por supuesto, el sueño de volar al espacio no es ningún juego para él, que creció rodeado de libros de ciencia ficción y cohetes de juguete.

¿Hay futuro para la industria espacial en esta nueva era donde los multimillonarios arman sus propias naves para volar a otros planetas? ¿Qué piensa el joven que quiere ser el primer argentino en subirse a una de ellas de los “juguetes espaciales” en los que tipos como Elon Musk o Jeff Bezos gastan parte de sus fortunas? “Son todos beneficios, no hay ninguna contra. Antes solo podía bancar estas iniciativas un gobierno como el de Estados Unidos, una potencia mundial; hoy hay empresas privadas que generan estos proyectos”, opina este firme defensor de la democratización del acceso al espacio.

“La actividad privada acá es clave, la falta de eso frenó los viajes al espacio. Fuimos a la Luna hace mucho tiempo y no volvimos porque es muy caro. Podemos hacer mucho más y convertirnos en una especie interplanetaria. El día de mañana ser astronauta va a ser irrisorio comparado con lo que cuesta hoy, cualquier persona va a poder ir al espacio”, afirma.

¿Y para qué nos servirá viajar a otros planetas? Para Marcos, la respuesta es simple: necesitamos un “plan B” como especie por si algo le pasa al nuestro. El daño a la Tierra ya está ocurriendo y en forma cada vez más acelerada. Él quiere ser uno de los que, en un futuro no tan lejano, viaje a Marte a garantizar la supervivencia de la especie humana. “El próximo paso es el espacio”, sentencia mirando a la ventana y a través de ella, al cielo.

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