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Elina Costantini, la mendocina que se ríe de las críticas: “Amo a los haters, mi psicólogo no lo puede creer”

Por Flavia Fernández, La Nación.

Es cierto que cuando se googlea su nombre, el tema de la diferencia de edad con su marido, el megaempresario y fundador del museo Malba, Eduardo Costantini (ella tiene 31 y él, 75), se apodera del personaje. Poco se cuenta de sus desfiles de alta costura y sus primeros pasos como modelo a los doce años en su pueblo natal, Las Catitas (Mendoza). Esos tiempos en que todos la veían como futura Reina de la Vendimia, concurso al que nunca quiso presentarse ya que sentía que no era el camino. “Fui creciendo, consumiendo revistas de moda y sabiendo que lo mío sería el mundo de la alta costura”, cuenta Elina Costantini, quien hace rato dejó atrás el Fernández que seguía a su nombre, cuando era soltera. “Eduardo me propuso heredar su apellido y a mí me pareció divino y desafiante”, explica. Simpática, puntual y orgullosa de su falta de filtro, habla de odiadores, amores y prejuicios.

–Volvamos unos años atrás. A tu pueblo. A la mini Elina que ya quería comerse el mundo.

–Bueno, me veo feliz, rodeada de amor. Especialmente el de mis abuelos, que me enseñaron todo. Desde cocinar hasta saber cómo amar. Nací a una hora de la capital mendocina, en un pueblo adorable. Recuerdo especialmente mi colegio y a mis compañeros, con quienes sigo teniendo una linda relación. Siempre fui una alumna exigente. Y sigo así en mi vida, siempre buscando la perfección.

–¿Qué buscabas?

–Buscaba gustar, que me quisieran, que me salieran las cosas bien. Y soñaba con viajar por el mundo. Yo sabía que me gustaba el universo del modelaje, y me lo permitieron. Fui una Lolita porque empecé con algunos trabajos a los doce años. Tiempo después empezaron con lo del reinado, pero yo sentía que no tenía una cara convencional y no era el estereotipo para ese lugar. Quería salir al mundo. Igual amo la Fiesta de la Vendimia y siempre estoy.

–La primera vez que viste a tu marido, Eduardo Costantini, fue en el restaurante de su museo. Contaste acerca del flechazo, a los nueve meses se casaron… ¡y llegó la pandemia!

–Es muy gracioso, ¿no? Nos pasó al revés que a tantas parejas desgastadas por la convivencia de la cuarentena. Nos casamos y se cerró el mundo. Tremenda prueba nos tocó; y fue perfecto. Sirvió para conocernos más y se dio algo mágico: emocionarnos cada día al comprobar lo felices que éramos. Además de nuestro amor, hacíamos unos planes geniales. Compartíamos la pasión por los animales y las plantas (los arreglos florales los preparábamos juntos, por ejemplo), generábamos situaciones para combatir el encierro y el aluvión de malas noticias que existía a nivel mundial.

–¿Qué situaciones?

–Por ejemplo, vestirnos como para salir a un restaurante pero, obviamente, sin movernos de casa. Todas las noches me maquillaba, peinaba y vestía como una reina. Y siempre armaba una mesa distinta, con velas, flores, manteles divinos. Pienso que ante la adversidad y lo inexorable, hay que poner buena cara y generar el propio film. Un poco como sucede en La vita è bella, mi película favorita.

–¿Y cocinabas?

–Sí, hago de todo; amo. Me encanta cocinar. Y en pandemia no paré.

–¿Cuál es tu especialidad?

–Si tengo que decir qué me encanta preparar, elijo las pastas. Hago ravioles o sorrentinos caseros. Y como Eduardo es vegetariano, me perfeccioné mucho a la hora de trabajar los vegetales. Finalmente yo también me convertí. Pero no por él sino por una cuestión de conciencia. Hasta dejé el pescado. Como amo a los animales me empezó a resultar difícil. Así que ahora soy feliz con mis falafel y guisos de lentejas con verduritas variadas.

–¿Hiciste cursos?

–No, soy autodidacta. Como vivo sola desde los dieciséis años aprendí a arreglármelas. Pero mi inspiración fueron mis abuelas, en especial Beba. Ella era una mujer amorosa. Me explicaba sobre los hombres y las relaciones humanas en general. Y hablo de hombres y de mujeres, eh.

–¿Sos feminista?

–Para mí somos todos iguales, sin distinción de sexo. Y la ley debe ser pareja para ambos. Yo más que feminista, soy justa. Siempre creí que hombres y mujeres merecemos el mismo respeto. Pienso que la libertad es lo fundamental y el verdadero mal son los prejuicios.

–Vos lo vivís en carne propia. ¿Cómo resolvés ese tema?

–A mí no me importa lo que digan y adoro romper todo tipo de prejuicios. No me hago cargo de los demás porque cada uno vive como puede.

–Pero los haters existen e insisten. ¿No te enoja?

–Al contrario. ¡Amo a los haters! Me encantan. Lo juro. Tanto que mi psicólogo no lo puede creer. Es que me pongo a pensar y la verdad… pobres. El tiempo que pierden. Dejan su vida de lado para criticar a alguien que no conocen. O crean un Instagram trucho, lo que sea. Me parece que si me dedican tanto esfuerzo es porque estoy existiendo. Es muy impresionante porque incluso se arman peleas en las redes. Realmente no me molestan. Que expresen tranquilos lo que sienten.

–¿No hay un límite?

–Sí, el límite es la familia. La mía y la de Eduardo. Porque nosotros tenemos exposición pública pero ellos no. Así que los tenemos muy protegidos y, si alguien se va de mambo, sabrá que enfrentará situaciones judiciales.

–Hubo gran revuelo cuando bautizaron “Nuestro amor” a la emblemática casa de Punta Piedras, en Uruguay.

–Dijeron muchas cosas, pero la verdad es que la casa no tenía nombre. Es mentira que la rebauticé. Y la llamamos así porque esas dos palabras resumen nuestra pareja. Como nuestra frase de cabecera es “Por siempre y para siempre, vos y yo…” Bueno, era demasiado largo así que recortamos el concepto.

–¿Qué planes tenés a futuro?

–Este verano organicé un gran desfile en Uruguay, plena temporada, que estuvo increíble. Seguiré produciendo eventos de este estilo pero no dejaré mi carrera de modelo, que la sigo disfrutando.

–¿En qué creés?

–En Dios, contado de cualquier forma. Con Eduardo leemos bastante sobre el tema ya que el tema religioso está muy ligado al arte. Me encanta saber sobre budismo, amo las Vírgenes y el Sagrado Corazón de Jesús. Todas las religiones conducen a lo mismo, a una misma energía.

–Da miedo preguntarte por la maternidad. Se sabe que estás cansada de la pregunta…

–Al contrario. Estoy cansada de que me inventen embarazos falsos. Si fuera por las primicias de la prensa, ya tendría cinco hijos. ¿Si hay ganas? Por supuesto que sí. Con mi marido lo hemos hablado millones de veces. Sería una bendición del cielo; la realidad es que lo charlamos desde que nos conocemos. Porque todo fue tan rápido, tan intenso.

–Entonces es un sí…

–Si bien Eduardo tiene muchos hijos, sería sellar nuestro amor con lo más sagrado del mundo. Pero lo dejamos en manos de Dios, aunque Eduardo dice: “Bueno, que Dios diga que sí este año”. Sería hermoso porque me encantan los familiones y, por antecedentes de ambas familias, hasta podríamos tener mellizos. Ellos son de una fertilidad increíble.