Separando la paja del trigo: sobre el atentado contra Cristina y la irrisoria “banda de los copitos”
Lo que se sabe hasta ahora, lo que falta descubrir y la novela de los medios.
A casi dos años de ocurrido, la investigación del ataque contra Cristina Kirchner gravita entre el surrealismo mágico y la ridiculez total, por caso, Cristina Kirchner insiste en postear materiales que buscan abonar la teoría de un ataque político.
Allí aparecen datos certeros, otros que son dudosos y otros tantos que directamente han sido inventados por la otrora vicepresidenta. Estos últimos suelen ser repetidos por puntuales medios de prensa.
Esto significa que no tienen sustento en el expediente que lleva adelante la jueza María Eugenia Capuchetti. Solo surgen de la mente afiebrada de puntuales colegas conspiranoicos.
Lo que sí está probado y no hay dudas de ello es que una persona se paró frente a la ex vicepresidenta y le gatilló en el rostro, con un arma real, cuyas balas no salieron por cuestiones que los investigadores aún no logran determinar.
La persona que pergeñó el intento está claramente identificado: se llama Fernando Sabag Montiel y, como sostuvo este periodista desde el primer día, ostenta severos desequilibrios psicológicos.
Junto a él, aparecen en la trama personajes de baja estofa, cómo él. Una presunta novia llamada Brenda Uliarte y otros dos marginales. Luego no hay nada de nada. No al menos hasta ahora en todo el expediente judicial.
Existen desesperados intentos de mostrar una supuesta planificación basada en un trazado diagramado por grupos de poder. Pero ello cae por propio peso cuando se observa la cualidad mental de los involucrados.
El otrora titular de la AFI, el siempre polémico Agustín Rossi, presentó una serie de audios que probarían aquel armado puntilloso. Lo bizarro es que se trata de documentos públicos, surgidos de un “espacio” de Twitter. No hay remate.
En buen romance, es la primera vez en la historia de la humanidad que se pergeña un magnicidio y se dejan pistas por todos lados, inculpándose a sí mismos los propios perpetradores. Dicho sea de paso, ¿cómo es que nadie en el gobierno vio toda esa evidencia antes de que ocurriera el intento de asesinato contra Cristina?
A aquellas suspicacias se suman los mensajes de Whatsapp que se encontraron esta semana en los teléfonos celulares de los conspiradores. Llamativos por demás.
No solo porque estaban correctamente escritos —con puntuación, tildes y perfecta concordancia, contrastando con la forma de hablar de los marginales—, sino además por lo “exagerados” a la hora de hablar de matar a Cristina.
Los “conspiradores” revelan sus planes una y otra vez, para que quede bien claro el daño que buscaban provocar, dando detalles innecesarios y alevosos. ¿Para qué exponerse de tal manera y encima hacerlo de manera reiterada?
Ciertamente, no existe en la historia de conspiración contra referente político alguno tal nivel de estupidez. En ningún lugar del mundo.
Entretanto, la situación divide las aguas en los dos lados de la grieta. El Frente de Todos avanza en su idea de imponer que todo se trató de una conspiración de erráticos grupos de derecha, a los cuales ahora suma la fantasía de que fueron financiados por una empresa de Nicolás Caputo, “hermano del alma” de Mauricio Macri.
Este último habría aportado fondos a Revolución Federal, aquella suspicaz agrupación que nació repentinamente en mayo de este año a efectos de escrachar políticos del Frente de Todos. Su virulencia fue creciendo en ritmo directamente proporcional a las acusaciones del fiscal Diego Luciani contra Cristina.
En tren de especulaciones: ¿Es casual que el 23 de agosto de 2022 la vicepresidenta haya denunciado la existencia de 109 chats entre Caputo y José López, el hombre de los bolsos?
Otro interrogante: ¿Qué quiso decir el explosivo abogado Gregorio Dalbón cuando aseguró que el atentado fue motorizado por “tropa propia”?
Como sea, Agustín Rossi le ha sumado a la trama un condimento inquietante: sugiere que detrás de Sabag Montiel y su novia existe el manejo —a través de “hilos finos”, casi imperceptibles— de puntuales espías de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI). Alguien debería recordarle a Rossi que él maneja aquella dependencia. Ergo, si fuera así, él tendría mucho que explicar.
En la vereda opuesta, Juntos por el Cambio gravita entre el escepticismo y la minimización del hecho de marras. Por caso, en su visita a Mendoza, Patricia Bullrich deslizó entre los suyos que descree de lo sucedido. No habló de “auto atentado”, pero lo dio a entender.
Lo relevante a esta altura es mencionar que en la causa judicial no hay nada de nada, ni respecto de una versión ni tampoco acerca de la otra.
Ello no evita a los referentes de ambos bandos insistir en concatenaciones e “hilación” de tramas espectaculares. Que ha avanzado en las últimas horas a niveles estratosféricos.
Entretanto, la jueza Capuchetti intenta avanzar evitando toda interferencia política, de un lado y del otro. Su hipótesis hasta ahora es bien simple: efectivamente hubo un plan para liquidar a Cristina, pero fue pergeñado por un grupo de personajes marginales. Por su propia cuenta.
La magistrada no descarta la existencia de algún tipo de organización detrás de lo sucedido, pero no ha encontrado hasta ahora ningún elemento concreto para sostener tal posibilidad.
En ese contexto, cierto periodismo insiste en sostener especulaciones novelescas. Gabriel García Márquez, un poroto.