Alberto se hunde, arrastrando al kirchnerismo (y por qué no al peronismo)
El expresidente albergaba esperanzas de que la historia lo redimiera. Por José Angel Di Mauro.
Amigo entrañable y locatario, nunca debe haberse imaginado Pepe Albistur que su “pase de comedia” del verano se le iba a venir en contra. Bueno, no a él, sino a su inquilino VIP de Puerto Madero, cuya carrera política (o mejor dicho todo) quedó hecha cenizas esta última semana. Habitualmente de perfil bajo, en esa oportunidad el publicista amigo de Alberto Fernández se mostró en las playas de Cariló con este mensaje dirigido a los “compañeros”: “Es tiempo de calma, de reflexión… y sobre todo, pochoclo. No nos quedemos sin pochoclo”.
Después hizo aquella comparación con Semana Santa, augurando una eventual (y por lo visto deseada) caída del gobierno de Javier Milei “en marzo o abril”, pero eso ya es otra cosa. La comparación vale hasta el pochoclo, que el esposo de la diputada Victoria Tolosa Paz recomendaba tener a mano para consumir mientras su calculada “debacle mileísta” transcurría.
La realidad fue tan entretenida como había augurado el publicista, mas los conmovidos espectadores están mirando hacia el lado opuesto. La trama es digna de una futura serie o película que Netflix costeará encantado, aunque los desprevenidos espectadores de otras comarcas la puedan llegar a considerar demasiado exagerada.
El expresidente Fernández ya venía muy complicado las últimas semanas, a medida que avanzaba una investigación que estaba desnudando un aceitado mecanismo de corrupción con la contratación de seguros por parte del Estado. Un tema en el que el profesor de la UBA también puede dar clases, pues tiene un gran expertise en la materia ya que fue superintendente del área en tiempos de Menem. Maniobras que beneficiaban a un bróker de seguros, amigo de años del entonces presidente y esposo de la secretaria de toda la vida de Alberto F. El disparador de la investigación fue el factor que de entrada puso al expresidente en la mira, pues un decreto presidencial suyo obligaba a contratar pólizas con Nación Seguros a todos los ministerios y organismos nacionales, al tiempo que permitía insólitamente la participación de brokers…
En ese marco, uno de los personajes más favorecidos -con miles de millones de pesos- resultaba ser Héctor Martínez Sosa, el operador que quedó al descubierto con el solo relevamiento del celular de su esposa, María Cantero. La secretaria que durante 30 años sirvió a Fernández, quedaba expuesta en los chats de su whatsapp, donde se veía claramente el tráfico de influencias que en principio Alberto Fernández atribuyó a una posible “extralimitación” de su empleada, pero que claramente lo involucraba a él, como cabeza evidente de esas operaciones.
Con todo, ya se sabe que la sociedad -y mucho menos los propios políticos- suele ser laxa con la corrupción, sobre todo cuando la trama no es tan clara. Y ya se sabe que en Argentina los políticos tienen múltiples prerrogativas para evitar terminar presos. Más aún si se trata de expresidentes: hay una doctrina no escrita que muestra a los jueces refractarios a avanzar contra los exmandatarios, aunque Carlos Menem y Cristina Kirchner han demostrado que pueden llegar a ser condenados. Lo que nadie imagina realmente es verlos alguna vez presos. Hasta ahora.
Paradoja del destino, el hombre que se vanagloriaba de no haber sido salpicado por casos de corrupción durante su gestión -una referencia que él mismo enarbolaba, con su compañera de fórmula como destinataria-, podría convertirse en el primer ex jefe de Estado en quedar tras las rejas. Con 65 años, ni siquiera la edad lo protege de semejante destino. Tan es así que sobre el final de la semana algunos se atrevían a decir que Alberto Fernández podría llegar a ser “la María Julia del peronismo”, en referencia a María Julia Alsogaray, la dirigente ucedeísta que terminó siendo la única funcionaria de la vidriosa gestión menemista en terminar presa.
Mucha agua correrá bajo el puente hasta un eventual fallo definitivo en las investigaciones que se han abierto contra Alberto Fernández, pero lo cierto es que su situación es harto complicada. Podría llegar a “pilotear” la causa sobre los seguros, pero el escándalo que se abrió a partir de la investigación sobre violencia de género contra la ex primera dama son tan lapidarios que no solo dinamitaron su carrera: eliminaron definitivamente cualquier atisbo de recuperación que su imagen pueda llegar a tener.
La investigación está recién en sus inicios, pero no hay quien imagine ninguna salida airosa para Fernández, agobiado por sus propios actos. Triste destino el del hijo de un juez, profesor de Derecho Penal e hincha de Argentinos Juniors -tal cual la tarjeta de presentación que solía esgrimir con impostada modestia-, que imaginaba para sí mismo una reivindicación de la historia que pudiera contemplar en vida. Eso no sucederá, ni siquiera en un país donde todos tienen siempre alguna posibilidad de revancha, o la mala memoria entierra los pecados. Un ejemplo es Martín Insaurralde, que lo único que perdió cuando el Yategate fue su carrera política; por lo demás, le bastó con guardarse definitivamente para no tener que dar explicaciones públicas, y hoy conserva el resto de sus beneficios y la protección de sus beneficiarios.
Pero si lo de Alberto Fernández se hubiera limitado a su pasión por las mujeres, tal vez el paso del tiempo hubiera maquillado su mala gestión. El hombre que soñaba con ser recordado como el impulsor de la Ley del Aborto en la Argentina y por ende un adalid de los derechos de las mujeres, se encargó de derrumbar a golpes (no literal) ese perfil.
“Yo reconozco que en mi gobierno me ha pasado de todo. Solo falta que lleguen los marcianos”, decía a modo de gracia hace poco más de un año, cuando ya lo habían renunciado a buscar la reelección. No imaginaba entonces que lo esperaba algo aún peor que una invasión alienígena: el abismo que él mismo había construido.
Su hacedora demoró casi una semana en reaccionar. Obvio, nadie preveía que quien lo eligió y condujo a la presidencia de la Nación fuera a hacerse cargo de su fracaso. Ni de su fallida gestión, ni mucho menos de la realidad que estalló los últimos días y que ahora a nadie parece sorprender. Recién el viernes echó mano a las redes sociales para tomar distancia de la situación, y su mínima autocrítica estuvo solo en las primeras siete palabras de su posteo: “Alberto Fernández no fue un buen presidente”. Tras lo cual, mezcló peras con manzanas afirmando que “tampoco lo fueron Mauricio Macri o Fernando de la Rúa, sólo por mencionar a los que desempeñaron su mandato en lo que va del siglo XXI. Seguramente la lista sería más larga si extendiéramos la cronología”. Es de imaginar que si lo hubiera hecho, incluyera en esa nómina a Carlos Menem y Raúl Alfonsín, de modo tal de quedar ella y su esposo como los únicos buenos presidentes de la democracia. Un autoelogio digno de la autoestima de su elegido para la presidencia en 2019.
Nadie esperaba que la opinión de CFK sobre el escándalo terminara en una comparación de gestiones presidenciales, pero ella siempre sorprende, como cuando el 18 de mayo de 2019 anunció la fórmula “Fernández-Fernández”.
El posteo de Cristina Kirchner concluye bien a su estilo, con una referencia en primera persona en la que se presenta como quien “ha sido objeto (y lo sigue siendo) de las peores violencias verbales y políticas, hasta la máxima experiencia de violencia física, como fue el intento de asesinato del 1 de septiembre del 2022”. Tras ello, expresa su solidaridad “con todas las mujeres víctimas de cualquier tipo de violencia”, para volver una vez más sobre sí misma: “Sin olvidar las palabras que Francisco me dijo al día siguiente de aquel hecho: ‘toda violencia física siempre es precedida de violencia verbal’”.
La novela que rodea al expresidente brinda capítulos diarios, a un ritmo que no deja de asombrar. Por goteo, van apareciendo videos y testimonios. El gobierno celebra de manera discreta: no necesita mover un dedo, mientras Alberto se hunde y -más aún- entierra al kirchnerismo como alguna vez dicen que dijo que haría. Más aún, al peronismo en general le costará reponerse de semejante escarnio.
No necesita hacer nada el gobierno, ¿o ha hecho sin que se sepa? Las pruebas del escándalo siguen fluyendo, sin precisiones concretas respecto de quién alimenta los medios. El imaginario colectivo suele pensar en estos casos a los omnipresentes servicios, justo cuando el sistema acaba de ser reconfigurado por completo a través de decretos que una parte de la oposición se propone tumbar.
Detrás de los mismos aparece la mano activa del asesor todoterreno Santiago Caputo, quien ahora maneja mucho más que un ejército de trolls capaces de arrastrar por el fango de las redes a todo aquel que se ponga en el camino. Lo vivió el jueves el diputado Nicolás Massot, que trató de llevar al debate el DNU que otorgó fondos reservados por $100.000 millones a la nueva SIDE; como los dos radicales no acompañaron, quedó solo junto a los legisladores de UP en esa fallida embestida, y fue suficiente para que -de mínimo- lo tildaran de kirchnerista.
Massot forma parte del bloque de Miguel Pichetto, que sorpresivamente el miércoles le asestó un golpe al oficialismo dejándolo sin quórum para la sesión. Fue un pase de facturas por acuerdos no respetados. Esta semana la saga continuará en Diputados con tres sesiones pedidas. La del jueves, es para tratar de voltear el DNU de los fondos reservados. Será también para llevar pochoclo.