Ultraderecha en marcha

La centroderecha francesa entró en crisis y la centroizquierda optó por aliarse con la izquierda dura, en lugar de fortalecer el centro junto al macronismo y el gaullismo. Festeja la derecha extrema. Por Claudio Fantini, revista Noticias.

Si algo enseña el último siglo y medio de historia mundial es que las ideologías dogmáticas y las posiciones extremistas engendran guerras y autoritarismo. Dictaduras y totalitarismos, que son la tiranía absoluta, se incuban en las convicciones absolutas que fermentan en los extremos del arco político. La historia le da la razón a Churchill cuando definió la democracia como “el peor de los sistemas con excepción de todos los demás”. Lo evidencian los regímenes fanáticos y las guerras que generaron los partidos ideologizados.

Aunque suene paradójico, el polo opuesto a la ultraderecha no es la ultraizquierda, sino el centro; que es también el polo opuesto de la ultraizquierda. En la segunda mitad del siglo 20 y primera década del 21, eso estaba claro al menos en Europa. Por eso a los liberal-demócratas les daba escalofríos que crecieran la ultraderecha y la izquierda ideologizada.

Se vio claramente en la Francia del 2002, cuando “avergonzado de ser francés” fue el lema más repetido en las pancartas que colmaron París. Era la reacción al resultado de la primera vuelta en las elecciones presidenciales. Con un discurso xenófobo, racista y antisemita, el exacerbado Jean Marie Le Pen, creador y líder del Frente Nacional (FN), había desbancado del segundo puesto al  socialista Lionel Jospin, pasando a disputar el ballotage con el presidente conservador Jacques Chirac.

Fue por muy poco que el FN superó al partido de los socialdemócratas galos, pero generó alarma. No obstante, la segunda vuelta mostró que el centro seguía siendo inmensamente mayoritario en Francia, por eso el partido de la centroderecha gaullista, Rassemblement Pour la Republique (RPR) y su candidato a la reelección, lograron el 82 por ciento de los votos en el ballotage, sumando más del 62 por ciento respecto a lo obtenido en la primera ronda, mientras Le Pen sumó sólo un punto al 16,89 obtenido en la primera vuelta.

En aquel momento, dirigencia, militancia y simpatizantes del Partido Socialista (PS) no dudaron en ayudar a la centroderecha para evitar que llegue al poder la derecha extrema. También, obviamente, la centroderecha liberal se alineó con Chirac. Al Partido Comunista no le quedó más remedio que abstenerse o votar a Chirac, pero la centroizquierda y la centroderecha unieron sus esfuerzos con convicción, para frenar al extremismo.

De ser coherentes con aquel “cerco sanitario” a la ultraderecha, toda la centroderecha gaullista, los socialdemócratas y los ecologistas debieran cerrar filas con la fuerza liberal-centrista que encabeza Emmanuel Macron, priorizando detener la ola liderada por Marine Le Pen, la hija que moderó los modales y la estética del lepenismo, pero no los objetivos fijados por su padre.

La Agrupación Nacional está más fuerte que nunca por la contundente victoria que, en las elecciones europeas, la convirtió en primera fuerza de Francia, duplicando en votos al macronismo y al PS. La etapa iniciada dirá si aún existe el espíritu centrista que engendró grandes coaliciones entre centroizquierdas y centroderechas, como la de tories y laboristas que encabezaron  Churchill y Clement Attlee, y como las “grosse koalition” entre la CDU y los socialdemócratas, primero en el cogobierno  de Kurt Kiessinger y Willy Brandt (1966-1969) y recientemente en los gobiernos de Angela Merkel.

Eso es lo que ahora eligieron los conservadores portugueses, al decidir un gobierno en minoría con el apoyo de los socialistas (que volvieron a salir primeros cuando se eligió representantes en las instituciones europeas) en lugar de una coalición fuerte con el partido ultraderechista Chega.

No siempre la centroizquierda de Francia supo fortalecer el centro. Ansioso por alcanzar la presidencia, Francois Mitterrand acordó con Georges Marchais la incorporación del Partido Comunista al gobierno en 1981. Si bien Marchais se había distanciado del totalitarismo soviético al impulsar el eurocomunismo, aún estaba lejos de adherir a la democracia liberal. De todos modos, Mitterrand no hizo durar mucho aquella alianza entre PS y PC. Por entonces, en Europa era más clara la línea roja que no debe atravesarse si se adhiere al Estado de Derecho.

Hoy esas líneas parecen borrosas para algunos conservadores y para los socialdemócratas franceses. Traicionando el legado de De Gaulle, Giscard d’Estaing y Chirac, el presidente del partido neo-gaullista Los Republicanos, Eric Ciotti, ensayó un salto bochornoso a la vereda  de los vencedores.

Es cierto que Marine Le Pen fue quien sacó a su padre de la conducción y moderó su partido. También es cierto que más ultraderechista es el partido La Reconquista, de Eric Zemmour. Pero la dirigencia neogaullista reaccionó a favor de una alianza centrista y expulsó a Ciotti. En cambio la dirigencia socialista se alejó del centro para unirse con la izquierda dura.

A pesar de la pésima experiencia de NUPES (Nueva Unión Popular Ecológica y Social) que puso a los socialdemócratas franceses bajo el izquierdismo ideologizado de Jean-Luc Melenchon y su partido, Francia Insumisa, junto con los verdes y el Partido Comunista, no tuvo el rédito esperado en las urnas del 2022 y quedó en tercer puesto por detrás del partido Le Pen, el PS aceptó reeditar esa jugada fallida, en lugar de buscar una gran coalición centrista.

También la centroizquierda ecologista se plegó al polo izquierdista, ahora llamado Frente Popular, como aquel que lideró León Blum y gobernó Francia entre 1936 y 1938. Probablemente, el polo de izquierda dura que absorbió a la centroizquierda será funcional a la ultraderecha en la elección de fin de junio. De hecho, el discurso de Melenchon y de los “anticapitalistas” que lo secundan es una de las claves del batacazo de Le Pen.

En definitiva, lo que está en el polo opuesto a la ultraderecha sigue siendo el centro y no la extrema izquierda.

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