En el nombre del padre
Por Christian Sanz, director periodístico de Diario Mendoza Today.
Yo casi no conocí a mi viejo. El tipo se separó de mi mamá cuando era muy chico y pocas veces lo vi durante mi infancia, recién en estos últimos años volvimos a encontrarnos y empezamos a conocernos de nuevo. Es algo raro, pero muy gratificante finalmente.
Si bien esa ausencia en mi niñez fue algo que me marcó a fuego, siempre supe que yo no era el único pibe al que le había pasado. “Mal de muchos, consuelo de tontos”, decía mi abuela.
Tal vez por eso mismo es que me cuesta hablar de lo que tiene que ver con la filosofía de “ser padre”. Si bien no tuve esa definida guía en mi vida, sí tuve una paternidad sustituta en muchas otras imágenes de gente que conocí a lo largo de tantos años. Amigos, familiares, etc.
Durante mis años de desarrollo siempre solía preguntarme a mí mismo cómo sería tener un padre en casa. Qué se suponía que hacía un padre en su papel de guía. Trataba de entenderlo al ver a mis amigos con sus progenitores. En sus espontáneos diálogos familiares y en sus didácticos juegos diarios en los que sus padres se dejaban vencer por ellos. Todo un gesto.
Por momentos deseaba estar en el lugar de esos chicos. Aunque después me daba cuenta que esa falta de papá estaba ampliamente sustituida por la presencia de mi querida abuela. Ella hizo de padre, madre y amiga en mi vida. Con una complicidad increíble a pesar de nuestra diferencia de edad.
Sería injusto si no nombrara también a mi tío Jorge, quien muchas veces ofició de improvisado papá. El tipo solía jugar conmigo a los más insólitos juegos. Recuerdo, entre otras cosas, cómo jugábamos a la lucha libre. El debe creer que yo no lo sabía, pero siempre tuve claro que él se dejaba vencer por mi. Y ambos éramos momentáneamente felices.
Si bien esos juegos no sucedían muy a menudo, me saciaban espiritualmente en mi necesidad de paterno afecto.
Más allá de eso, aunque la vida no me haya dado un padre como hubiera querido, sí me dio un montón de otras cosas que no hubiera conocido de no haber sido mi historia como fue.
Yo supe aprender de esa carencia de figura paterna para saber cómo actuar en mi vida. Sé que no abandonaría jamás a mis hijos y nunca permitiría que les falte nada.
Tengo en mi vida una ventaja que muchos no tienen: sé lo que se siente cuando no se tiene papá. Y eso me ayuda a la hora de tratar de ser la mejor persona que pueda para mis hijos. En lo que necesiten.
No existe un libro que diga como ser padre y, si existiera, seguramente no lo compraría. Dudo mucho de las recetas globales sobre comportamiento humano. Cada persona es especial y encierra un mundo en sí misma. Somos todos tan diferentes que nadie podría decir cuáles son los pasos del éxito futuro de las personas.
Como padre estimo que debe ser igual. Cada uno hace lo que puede. Tal vez lo más importante de ese “hacer lo que se puede” es que florezca desde los mejores sentimientos del corazón.
Tengo pocas certezas en cómo ser padre. Y tengo un millón de dudas.
Sé certeramente que la relación del padre con sus hijos es muy diferente a la de una madre. El padre es como una mezcla de amigo, compañero y maestro. Y lo que resulta difícil es –justamente- saber en qué momento tomar cada uno de esos roles, sin mezclarlos.
También sé que los padres son el reflejo principal de lo que somos. Ellos nos muestran sus subjetivos valores para que podamos conducirnos con rectitud en la vida. Para que seamos buenas personas.
Los padres son esos seres especiales a los que permitimos decirnos cosas tremendas sólo porque sabemos que lo hacen por nuestro bien. Esas cosas que no le permitiríamos siquiera insinuar a nuestros mejores amigos.
Los padres son esas personas a las que criticamos cuando nos muestran nuestros errores, pero que no dudamos en llamar cuando tenemos problemas.
Los padres son los tipos que siempre van a estar ahí cuando nadie más esté.
Los padres son, en definitiva, nuestros eternos mejores amigos. Nunca lo olvidemos.
Felicidades a todos…