“La Argentina tiene todo y nadie lo sabe”. Son belgas, recorrieron 80 países con su casa rodante y en 2009 “estacionaron” en Mendoza
Dejaron sus puestos ejecutivos para “vivir intensamente” y se largaron a recorrer el mundo. Impactados por la belleza del Valle de Uco, fundaron su hogar al pie de la cordillera. “Pero siempre estamos por volver a la ruta”, adiverten. Por Cecilia Corradetti, La Nación.
Richard Desomme (84) y Catherine Kosch (60) cruzaron sus miradas por primera vez en Bruselas, en 1982, durante un cumpleaños. Bastaron pocos minutos para percibir la magia y darse cuenta de que eran el uno para el otro. Hablaron de su pasión por los viajes, la adrenalina que les produce vivir nuevas experiencias y la importancia de no caer en la rutina, algo que mata la creatividad, el entusiasmo… Y, finalmente, también hablaron de amor.
“Llevamos cuatro décadas de complicidad, siempre cumpliendo nuestra premisa: vivir intensamente”, sintetiza Richard, quien durante 25 años fue manager de una reconocida agencia de publicidad estadounidense.
Junto a Catherine, quien por entonces trabajaba como agente comercial en una empresa de leasing holandesa, no demoraron en dar el primer paso para cristalizar su sueño: adquirieron su primera casilla rodante de segunda mano.
“Era ideal para visitar Europa. Nos ofrecía flexibilidad y la posibilidad de salir sin reservar hoteles. En aquella época era fácil frenar en cualquier lugar para pasar la noche. El único defecto de ese vehículo era que no nos permitía salir de caminos asfaltados. No era doble tracción y nos atascamos varias veces en bosques o campos. Nos gustaba la libertad de movimiento que nos ofrecía viajar en casilla rodante así que empezamos a buscar en esa dirección”, evoca hoy, en diálogo con La Nación, desde su hogar con vista al impresionante Valle de Uco, en Mendoza.
Corría 1990 y un cambio de CEO en la compañía para la que Richard trabajaba modificó la política de la empresa y el ánimo del personal, incluso el suyo.
“Comenzamos a pensar en otro futuro, siempre ligado a los viajes, y como no tenemos hijos, gozábamos de libertad de movimiento. Hasta ese momento nuestras vidas profesionales no nos permitían experiencias largas, es decir, no más de 20 días hábiles por año. Fijábamos un presupuesto y dejábamos la elección del destino a un amigo que vendía pasajes aéreos. Cada viaje era una verdadera sorpresa. Gracias a él descubrimos países increíbles como Yemen, Sri Lanka, Zanskar, Ladakh, Oman, Kashmir, Argelia, Laos… De cada uno regresábamos entusiasmados y con el deseo de volver con más tiempo”, señala.
-Richard, ¿cuándo tomaron la decisión de dejar todo y viajar?
-Una mañana le pregunté a Catherine: “¿Qué hacemos? ¿Duplicamos el dinero o nos dedicamos a vivir?”. Las claves para tomar la decisión fueron no seguir trabajando en un contexto inhóspito y viajar con tiempo, a nuestro ritmo. Además, ya no disfrutábamos de tomar vuelos, taxis, comer en restaurantes y dormir en hoteles. No nos parecía una opción apropiada, nos íbamos a cansar. Evaluamos alquilar casitas en el camino pero no era fácil, no había Internet, Airbnb, Booking ni WorkAway. Todo era complicado por falta de comunicaciones. Además, llegaríamos con mochilas, es decir, con muy pocos elementos personales….
-¿Qué pasó con aquella primera casilla?
-Mientras resolvíamos nuestro futuro, la disfrutábamos. Durante más de un año pasamos todos los fines de semana recorriendo Francia, Italia, Alemania, Austria, Suiza y visitando talleres de construcción de casillas rodantes doble tracción. Encontramos un pequeño taller alemán que pudo construir lo que buscábamos: un verdadero vehículo de supervivencia capaz de cargar 800 litros de combustible y 600 litros de agua potable. Nuestra idea era cruzar el Sahara y queríamos estar preparados.
-¿Cuánto demoraron en construir esa casilla doble tracción?
-Más de un año, lo que nos permitió organizarnos. Pasar los carnets de conducir para poder manejar un “pesado” de 12 toneladas no era cosa fácil en Bélgica. Tampoco fue sencillo comunicar a nuestros empleadores que nos íbamos, mudarnos dos veces a departamentos cada vez más pequeños para empezar a hacer una selección entre lo esencial y superfluo. Fue un ejercicio muy interesante pero difícil. En la casilla no teníamos lugar para recuerdos, pinturas, libros, muebles… Nada de todo eso nos iba a poder acompañarnos en camino. Elegir es un dolor de cabeza.
-¿Con qué itinerario decidieron comenzar?
-Justamente, había que pensar en eso para organizarnos con las visas. Decidimos empezar por África. En 1992, varios países musulmanes del norte de África no otorgaban visas a parejas sin certificado de matrimonio, así que decidimos casarnos. Fue impresionante la cantidad de vacunas obligatorias que tuvimos que aplicarnos. Otro desafío, conseguir mapas. En esta época no había Google maps. Teníamos un GPS que nos daba las coordenadas del lugar donde nos hallábamos, pero tuvimos que aprender a posicionarnos en el mapa con lápiz y regla. Aquellos tres años de preparativos pasaron volando.
-¿Cuándo fue la despedida oficial de Bélgica?
-En noviembre de 1993. Amigos y familia nos despedían y al verlos desaparecer tomamos conciencia de lo que íbamos a hacer. Nos sumergió la emoción, pero la vida en camión nos gustó desde el principio. No eran vacaciones sino otro tipo de vida lleno de encuentros, imprevistos, cambios de último momento… ¡Todo lo que nos gustaba!
-¿Cuántos años viajaron y cuántos países recorrieron?
-Viajamos permanentemente durante 20 años consecutivos sin cansarnos jamás, pero tuvimos que visitar algunos países sin el camión, con mochila, alojándonos en hospedajes, como en China. El gobierno chino estaba dispuesto a dejarnos viajar en camión por el territorio pero con la presencia obligatoria de un guía traductor a bordo. No teníamos la posibilidad ni las ganas de compartir nuestro espacio de vida de 12 metros cuadrados con un desconocido, así que fuimos con mochila. Australia y Nueva Zelanda autorizaban nuestro ingreso en camión… ¡pero por solo tres meses! Los gastos muy altos de envío del vehículo por barco, sólo por tres meses, no tenían sentido, así que decidimos alquilar casillas rodantes locales.
-¿En qué lugar permanecieron más tiempo?
-Pasamos mucho tiempo en EEUU, que tiene una cantidad impresionante de parques nacionales fabulosos. Bajar la panamericana nos llevó más de cuatro años. Nos fascinaron los vestigios de las civilizaciones precolombinas en México y Perú.
-¿Qué sabían de Argentina?
-Muy poco. No era un destino muy popular para los turistas belgas, sobre todo por la distancia y los elevados precios de los pasajes aéreos. Así que llegamos poco preparados. Cruzamos desde el Atacama chileno por el Paso de Jama y fue amor a primera vista: paisajes extraordinarios, montañas, glaciares, desiertos, salares, selvas, cataratas, médanos, flora, fauna… ¡La Argentina lo tiene todo y el mundo no lo sabe!
-¿Por qué afirma eso?
-En cualquier otro país del mundo, la mitad del territorio hubiera sido convertido en parque nacional. La superficie de la Argentina es cinco veces la de Francia, con solo 45 millones de habitantes, la mayoría en la provincia de Buenos Aires. Eso significa que se puede viajar varios días por caminos de ripio sin cruzar a nadie. La libertad es total. Uno puede acampar donde quiera, a orilla del mar, de un lago o un río con vista a la montaña y nadie molesta. Al contrario, la gente saluda, invita con un mate y un buen chiste. Un lujo increíble que no tiene precio.
-¿Cómo llegaron a Mendoza?
-Casualidad. Las pocas informaciones turísticas mencionaban el famoso Aconcagua, pero no somos andinistas. También se hablaba del vino, pero en nuestra idea no podía competir con Francia. Un amigo belga, gerente de una bodega del Valle de Uco, nos invitó a su casa. Llegamos un día soleado, la cordillera grandiosa, cubierta de nieve fresca, el volcán Tupungato imponente. Tanta belleza nos dejó sin palabras. Almorzamos en “La Posada del Jamón”, manejada por una familia divina que nos adoptó en seguida. Allí descubrimos la comodidad y el encanto de las famosas cabañas, un concepto argentino y acogedor. Por primera vez en varios años íbamos a poder invitar a familia y amigos sin tener que estacionar en las afueras de un pueblo y juntarnos en el comedor de un hotel. Mendoza se transformó rápidamente en una base estratégica.