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Lawfare, el increíble acting de los políticos que chorean para desviar la atención

Por Christian Sanz, director periodístico de Diario Mendoza Today.

El lawfare es un pueril pretexto, solo eso, que no se creen siquiera los que lo pregonan. Sencillamente porque saben que hicieron las cosas mal. Ergo, es solamente una excusa para tratar de zafar. El intento desesperado “de manual” de cualquiera que hace algo incorrecto.

¿O acaso no están plagadas las prisiones de personas que juran que son inocentes, en todo el mundo? ¿Quién alegaría su propia culpabilidad?

En ese contexto, el lawfare aparece como anillo al dedo, para intentar explicar lo inexplicable: cómo presidentes, ministros y secretarios de diversos lares del mundo han birlado fondos públicos con total impunidad.

Ellos sostienen que una conspiración internacional busca ensuciarlos, porque son los libertadores de la patria. Pero, ¿cómo es posible que jamás se haya filtrado un solo mensaje emitido por los complotadores? O, peor aún: ¿Cómo se entiende que no haya un solo arrepentido de la confabulación de marras, que englobaría a miles de políticos, empresarios y medios de comunicación?

La respuesta es obvia: no existe ninguna conspiración. Solo aparece en la imaginativa cabeza de quienes buscan zafar del peso de la Justicia.

Y es curioso, porque los propios acusados arman congresos internacionales sobre lawfare, y se escuchan unos a otros con severa atención, y refuerzan sus ideas entre sí, con gestos adustos y palabras ad hoc.

Ahora mismo hay una ostentosa exposición en el Centro Cultural Haroldo Conti, en la exESMA, donde el mismísimo Rafael Correa acaba de plantear que “la guerra jurídica” contra “dirigentes progresistas” de América Latina constituye “una estrategia regional, que está articulada” y que se desplegó en el hemisferio “tras años de estrategia” y de “infiltrar a nuestros sistemas judiciales”.

Es curioso, porque el expresidente de Ecuador fue condenado por corrupción por todas las instancias de la Justicia de su país, incluso el Tribunal Supremo.

Por eso, cuando uno observa la seriedad en los rostros de los que hablan —y los que escuchan— en aquellos soporíferos encuentros, en el fondo sabe que es un acting, que todos saben que son culpables y que buscan posar la atención hacia otro lugar.

No se trata de ninguna genialidad, ni siquiera es una novedad. Ya lo dijo alguna vez Friedrich Nietzsche: “Estas naturalezas odian más que a la muerte el hecho de que la simulación y la mera apariencia constituyan una necesidad”.