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La “morsa”, el narcotráfico y el periodismo cómplice

Por Christian Sanz, director periodístico de Diario Mendoza Today.

No debe haber nada peor que defender a un narcotraficante. Alguien que comercia con la muerte. Y que no tiene miramientos a la hora de vender veneno dosificado.

Ello se agrava cuando los que hacen tal defensa son periodistas. Es decir, aquellos que deberían contar que el narco es narco, y que terminan siendo una coraza a su favor. Solo por simpatías ideológicas. Nada más.

Refiere tal comentario a lo que ocurre con Aníbal Fernández, a quien se han empecinado en defender una legión de colegas que ostentan empatía con el kirchnerismo.

Ello sobre la base de una nota-operación que hizo diario Clarín y que he refutado oportunamente punto por punto.

Allí se sostuvo que Aníbal no era la tan mentada “morsa” que aparecía a lo largo del expediente que investiga el triple crimen de General Rodríguez, lo cual también fue refutado por mí en esta otra nota.

Porque, ¿quién podría creer que todos los condenados por el asesinato de Forza, Ferrón y Bina están relacionados al hoy interventor de Yacimientos Río Turbio y él nada tiene que ver? Los hermanos Lanatta y los otros hermanos, los Schillaci —y tantos otros— siempre fueron “sicarios” de Aníbal. Es un hecho.

Luego, amén de todos los testimonios que confirman que el exjefe de Gabinete de Cristina sí era la “morsa” —a mí me lo dijo el propio Forza antes de que lo mataran—, el propio Aníbal lo dijo en 2010 a revista Rolling Stones, como puede verse acá.

No obstante, a esta altura es anecdótico lo de la “morsa” —que refiere a sus históricos bigotes—, lo relevante son sus vínculos con el mundo narco. Que no comienzan —ni culminan— con el triple asesinato de General Rodríguez.

Arrancan en 1994, cuando era intendente de Quilmes, y continúan en media docena de investigaciones judiciales, como el vuelco de un patrullero con cocaína, en 2004, el caso Southern Winds, en 2005, y mucho más.

Sin embargo, para el periodismo militonto —perdón, militante— Aníbal es una maestra jardinera. Y así lo han hecho saber en estos días, no sin atacarme.

Sobre la base la ya mencionada nota-operación de Clarín, han salido todos “a coro” a defender al otrora jefe de Gabinete.

A la cabeza, como puede imaginarse, aparecen C5N, Crónica y Página/12. Todos asegurando que las relaciones de Aníbal con el mote de “morsa” fue apenas una fake news.

También aparece el nada relevante diario Tiempo Argentino, que intenta vincular a un exagente de la AFI y colaborador de la DEA —Julio César Pose— con el calificativo de “Morsa”. Sin un solo dato, ni una sola fuente.

Quien hace el trabajo sucio es el “colega” Ricardo Ragendorfera través de una tediosa crónica en la cual no evita mencionarme, obviamente desvirtuando un añejo diálogo que tuvimos en el año 2008.

Según refiere Ragendorfer en su nota, yo le habría dicho que Pose no colaboraba con la DEA: “Eso fue desmentido por la Embajada”, jura que le dije.

“Hablé del tema por teléfono con Cristian Sanz (sic), quien dirigía el portal Tribuna de Periodistas”, aclaró en su artículo periodístico.

Pero la conversación fue justamente al revés: yo le dije que Pose sí era colaborador de la agencia antinarcóticos norteamericana, porque así me lo habían asegurado fuentes de ese organismo. De hecho lo publiqué en el año 2006, dos años antes del triple crimen… y de la charla con Ragendorfer.

Pero no importa la verdad, porque el kirchnerismo nos ha legado este nuevo dogma llamado “posverdad”, donde todo es relativo. Los hechos pasaron a ser algo secundario, ahora todo es una “construcción social”.

Entonces aparecen los Pablo Duggan, los Gustavo Silvestre, los Horacio Verbitsky, los Robertito Funes Ugarte, y otros impresentables, a decir que Aníbal es más bueno que la madre Teresa de Calcuta. Haciéndole el juego al narcotráfico, con todo lo que ello implica.

Ocurrió lo mismo en los años 70, con la figura de Pablo Escobar Gaviria, a quien medio centenar de reputados periodistas colombianos defendían “a mano alzada” ante las acusaciones que lo vinculaban al negocio de los narcóticos.

Luego, cuando se comprobó que efectivamente este era narco, ya fue tarde. Las calles de Bogotá ya se habían llenado de muerte y crimen organizado. Fue un baño de sangre que incluyó el asesinato del joven ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, uno de los principales denunciantes de los delitos de Escobar.

Ciertamente, Colombia es un espejo incómodo para la Argentina pero absolutamente necesario para entender la gravedad de lo que ocurre en estas horas. Hay que mirar lo que fue el preludio del tráfico de estupefacientes en ese terruño, muy similar a lo que ocurre ahora mismo en el país.

Lo mismo sucedió en México, y jamás pudo volverse atrás. Sencillamente porque el narcotráfico, el crimen organizado y la política se entrelazaron de tal manera que ya no hay manera de separar una cosa de la otra.

En la Argentina, hay que volver el tiempo atrás y observar lo que fue la campaña de Cristina Kirchner y Julio Cobos en 2007, con fondos que provinieron de la mafia de los remedios y el tráfico de narcóticos. Todo ello coronado por el triple crimen ya referido. Con la inevitable figura de Aníbal en el centro de la trama.

Ninguna casualidad, por cierto. Salvo para esos colegas tan proclives a defender a los mercaderes de la muerte. Jamás de manera gratuita, claro está.

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