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La China que Xi Jinping no ve

Luego del estupor inicial ya el aparato del Estado se apresta para apagar el fuego ciudadano e iniciar una ola represiva cuya intensidad es motivo de debate para los observadores in situ. Por Beatrice Rangel, Infobae.

La explosión de protestas pacíficas por todo el territorio chino ha tomado de sorpresa a más de la mitad del Comité Central del Partido Comunista Chino y a su jefe máximo Xi Jinping. Luego del estupor inicial ya el aparato del Estado se apresta para apagar el fuego ciudadano e iniciar una ola represiva cuya intensidad es motivo de debate para los observadores in situ. Pero el simple hecho de que un jefe policial en la provincia de Guangzhou -lugar donde aparentemente estalló la protesta- haya dicho que el gobierno la enfrentará con determinación dentro del marco del estado de derecho anuncia el nacimiento de una China desconocida para casi todo el mundo, incluidos sus líderes.

En efecto, en épocas de Mao Zedong no habría habido declaraciones. Los manifestantes sencillamente desaparecerían y la calma se restablecería. Como ocurrió en la Plaza Tiananmen cuando los estudiantes se unieron en una protesta masiva en apoyo a las políticas reformistas de Hu Yaobang y rechazo a la vieja guardia comunista que deseaba poner fin a ellas.

Hoy son precisamente esas reformas el crisol en que se han forjado estas protestas.

Porque, como le dijera Jiang Zemin a un líder auto etiquetado como revolucionario de América Latina, ”el sistema capitalista se ha impuesto en el mundo y es preciso entender cómo funciona para sacar provecho para nuestros pueblos. Tratar de destruirlo es imposible y solo trae desgracias”.

En ese consejo se esconde el éxito de la China moderna. Deng Xiaoping y Zhou Enlai, quienes habían acompañado a Mao Zedong en la gesta revolucionario, cayeron en cuenta que el sistema colectivista no producía resultados favorables a la creación de riqueza y el desarrollo económico. Y en la medida que el desarrollo no se materializaba había que controlar a la población, lo cual suponía gastos inmensos en los aparatos represivos. Había que buscar una alternativa. Luego de mucho estudiar e investigar cayeron en cuenta que la única forma de lograr el desarrollo era por la vía del capitalismo, y que éste requería de tres ingredientes: libertad para los individuos; buscar y crear su bienestar; estabilidad en las políticas públicas vía el estado de derecho y recursos financieros. Así se inició la transformación de China en una sociedad moderna poblada hoy en día por hogares clase media aún cuando todavía subsisten polos de pobreza aguda en el medio rural y en algunas ciudades.

Esas clases medias cuyo tamaño se calcula en 350 millones de personas lleva dos decenios viajando por el mundo y respirando libertad. Y los que no han salido de territorio chino han ido a Hong Kong, donde también predomina todavía la libertad. Y la libertad tiene el espantoso defecto de promover la innovación y el cambio en los seres humanos ya que la prosecución del bien individual debe adaptarse a las circunstancias.

Gracias a esa clase media Occidente disfrutó por dos decenios de manufacturas baratas que permitían incrementar el bienestar y fomentar el crecimiento de sus clases medias. Y gracias a ella hoy escuchamos en China gritos de libertad.

Pero para el Comité Central del Partido Comunista Chino, y particularmente su líder supremo Xi Jinping, este fenómeno no parece haber sido percibido. Se ve que han olvidado el consejo del fundador de la nación. Mao Zedong le indicó en una entrevista a Alan Peyrefitte: “El verdadero líder anticipa los cambios porque sabe escuchar el sonido de la yerba al crecer”. Xi Jinping parece no haber escuchado estos sonidos, por lo que corre el riesgo de ser archivado como las protestas de Tiananmen archivaron a la vieja guardia comunista. Pero esta vez el conflicto puede ser complejo y con consecuencias para el mundo entero porque la economía mundial ya trabaja con dos motores: EEUU y China. Si fallara uno el lado oscuro del actual ciclo económico –la recesión- se podría profundizar.

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