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El kirchnerismo versiona un jingle de campaña menemista y clama que “todo tiempo pasado fue mejor”

Referentes del núcleo duro K miran por el espejo retrovisor y piden, "Qué vuelva Cristina". Expectativa por su discurso del próximo jueves en La Plata, con el presidente Fernández aún fuera del país. Por Emiliano Rodríguez, Agencia NA.

Al ritmo de “todo tiempo pasado fue mejor”, el kirchnerismo salió a versionar en los últimos días un jingle de campaña menemista y a clamar con más fuerza por una candidatura presidencial de Cristina Kirchner en las elecciones generales del año que viene.

Casi 20 años después de aquel pegadizo “Qué vuelva Carlos” que acompañó al ex mandatario Carlos Menem en su camino hacia los comicios generales de 2003, que significaron el puntapié inicial de la era kirchnerista en la política nacional, en el entorno de la actual vicepresidenta desempolvan un trillado leitmotiv proselitista para echar a rodar el sueño del regreso -al dentro de la escena y sin intermediarios-.

“Qué vuelva Menem para vivir en la nueva Argentina / Qué vuelva Menem para vivir dignamente mi vida”, cantaban militantes y aplaudidores menemistas en vísperas de las elecciones que ungieron como ganador al patagónico Néstor Kirchner, después de que el caudillo riojano, habiendo vencido por escaso margen en la primera vuelta, se bajara del balotaje para evitar lo que probablemente iba a ser una abultada derrota en las urnas.

Salvando las distancias, y claramente en medio de un contexto diferente por donde se lo mire, el cristinismo recurre hoy a una estrategia parecida en busca de motorizar su operativo clamor titulado “Cristina 2023”: mirar por el espejo retrovisor e insistir con la idea de que ese pasado, no tan lejano, fue más próspero y por ende, generaba esperanza.

La propia vicepresidenta de la Nación remarcó la necesidad de recuperar la alegría en la Argentina días atrás y es probable que recurra a similares palabras, buscando movilizar sentimientos y sensaciones -lógicamente en clave electoral-, cuando brinde su discurso el próximo jueves 17 de noviembre en La Plata, donde está previsto que sea la única oradora del acto por el Día de la Militancia Peronista. En esa jornada se cumplirá nada más ni nada menos que medio siglo del regreso del ex presidente Juan Domingo Perón a la Argentina tras 18 años de exilio.

El kirchnerismo procura instalar la noción de que retornar a aquellos tiempos -supuestamente- promisorios con Cristina al frente del Gobierno es posible, alentado por una coyuntura que ciertamente es incapaz de despertar expectativas positivas con vistas al corto/mediano plazo. Es más, el martes que viene se conocerá el dato de inflación oficial de octubre pasado, que volverá a ser malo.

El índice de aumento del costo de vida en la Argentina continúa acercándose a los tres dígitos, mientras el Ministerio de Economía recurre a un nuevo plan de congelamiento de precios como analgésico, intentando evitar -al menos- que la fiebre continúe en ascenso. Éste será justamente el contexto en el que Cristina se presentará la semana que viene en la capital bonaerense.

 

“Qué vuelva Cristina”, nuevo jingle K

Parece claro que el proceso político para la renovación de autoridades nacionales está en marcha. La crisis del Gobierno y la debilidad de la figura de Alberto Fernández como primer mandatario aceleraron los tiempos, en medio de una interna en el Frente de Todos (FdT) que recrudeció en los últimos días: un año antes de la convocatoria a las urnas prevista para 2023 ya se habla decididamente de candidaturas en el país.

En este marco, la estrategia del kirchnerismo, en su esencia, no dista demasiado de aquel jingle de campaña menemista: hoy sería, “Qué vuelva Cristina”. Mientras tanto, el núcleo duro K procura despegarse de la gestión de Fernández y fustigarlo con pirotecnia verbal desde una aparente posición equidistante, pese a que La Cámpora se mantiene con un pie dentro del Gobierno -y manejando por cierto “cajas” estatales sumamente apetecibles con vistas a la campaña electoral que se avecina-.

Desde la agrupación comandada por Máximo Kirchner -que viene cuestionando al presidente de la Nación por momentos hasta con un tono irrespetuoso hacia su investidura- reclaman a Fernández que se encolumne por detrás del poder real de Cristina. Por su parte, el jefe de Estado insiste y se esfuerza en busca de desbrozar su camino hacia una eventual reelección en 2023: al menos ese para ser su objetivo.

El viaje de Fernández a Francia y más tarde a Indonesia apaciguó circunstancialmente el clima de crispación en continuado en el seno del oficialismo. En París, donde se entrevistó con su colega galo Emmanuel Macron, el ex jefe de Gabinete kirchnerista intentó mostrar señales de independencia antes de recalar en Bali para asistir a la cumbre del Grupo de los 20 (G-20). De todos modos, el conflicto político y electoral en el corazón del FdT está definitivamente instalado.

El kirchnerismo duro parece haberle declarado la guerra a Fernández apenas horas después de su intervención en el 58º Coloquio de IDEA del mes pasado en Mar del Plata. Allí, el titular del Poder Ejecutivo nacional pronunció un desafiante discurso ante empresarios que incluyó ácidos tiros por elevación hacia su “madrina” presidencial: “En este Gobierno, ¿alguien les pidió un centavo para hacer obra pública?”, lanzó el mandatario, en una velada alusión a las acusaciones por presuntos actos de corrupción con las que debe lidiar Cristina ante la Justicia.

En política, una declaración de esa naturaleza es divisoria de aguas definitivamente. Un mes después de aquel comentario, en el entorno de Fernández aseguran que la relación con Cristina “está rota” e incluso el jefe de Estado resolvió permanecer un día más fuera del país la semana que viene, para regresar a Buenos Aires justo después de la presentación de la líder del FdT en La Plata, en un acto que se presume multitudinario bajo el lema, “La fuerza de la esperanza”.

En este escenario, el intercambio de munición gruesa hacia un lado y el otro de la propia “grieta” del oficialismo, entre sectores del albertismo o del peronismo más tradicional y referentes kirchneristas, podría convertirse en una constante en la campaña proselitista que se avecina, en una característica de la discusión electoral: hasta el propio Sergio Massa, en su rol de ministro de Economía y principal sostén de la gestión oficialista, sostuvo que preferiría que los trapitos sucios del FdT no quedaran tan expuestos al sol.

Así las cosas, la interna en el Gobierno, sostenida en el tiempo y cada vez más inclemente, cuando aún restan largos meses por delante para los comicios de 2023 y la coyuntura nacional demanda respuestas urgentes para los problemas más acuciantes de la población, supone hoy una amenaza concreta para la credibilidad de la sociedad en la clase dirigente y acrecienta, de hecho, la distancia que existe entre el ciudadano de a pie y la política en la Argentina.

Las rencillas y fricciones permanentes entorpecen la gestión: lo admiten incluso funcionarios del Gabinete nacional. Y sin embargo, la sensación que impera por fuera del microclima político nacional es que se ha desatado en el oficialismo una disputa a capa y espada por permanecer en el poder más allá del 10 de diciembre del año que viene, con protagonistas centrales -por el rol que ejercen- dispuestos a priorizar sus propios intereses y relegando así la agenda social a un papel de reparto.

Todo esto en un contexto que muestra al Gobierno en dificultades para proyectar a futuro, habida cuenta de que las perspectivas económicas para 2023 distan de ser alentadoras -en términos de inflación al menos-, por lo que el kirchnerismo, en busca de esmerilar incluso la figura de Fernández, mira hacia atrás y procura engolosinar a la población con su versión post-menemista sobre que “todo tiempo pasado fue mejor”.

Una advertencia hacia dentro del oficialismo

La reacción del núcleo duro K frente a la propuesta del presidente de dirimir candidaturas en una PASO el año que viene, mientras asoma el meñique pensando en un eventual intento de reelección, denota una advertencia hacia el interior del FdT: quien se atreva a desafiar el liderazgo de Cristina deberá atenerse a las consecuencias. Llámese como se llame e incluso en el caso del primer mandatario.

Consolidarse en su rol de “jefa” del oficialismo en vísperas de los próximos comicios generales le permitiría a la actual  vicepresidenta o bien ser candidata en 2023, como cabeza de lista lógicamente y forzando al resto a encolumnarse por detrás de ella, o bien convertirse en la “electora” del espacio, para designar a dedo a los postulantes para los distintos cargos.

Ese sillón frente al tablero de control se encuentra en pugna hoy, lo que genera las tensiones públicas y evidentes en el seno del FdT: básicamente, se está discutiendo quién decide y qué se decide; quién tendrá la lapicera -electoral- y cómo la utilizará a la hora de resolver la integración de las boletas, tanto en el ámbito nacional como en la estratégica provincia de Buenos Aires.

Allí, en el distrito bonaerense, donde no existe segunda vuelta y las elecciones se ganan o pierden por un voto, el oficialismo se pertrecha para defender la Gobernación ante una amenaza cada vez más concreta de Juntos por el Cambio (JxC), mientras los intendentes peronistas reclaman a la Provincia y a la Nación más recursos para desarrollar obras públicas y mostrarse activos en los próximos meses antes de los comicios.

Los jefes comunales justicialistas pretenden alambrar sus territorios frente al avance de JxC, pero también se preparan para repeler eventuales ráfagas de fuego amigo, mientras miran de reojo a La Cámpora. La agrupación ultra-K que encabeza el hijo de Cristina procura avanzar en determinados partidos en busca de la Jefatura comunal, por ejemplo, en Hurlingham.

En ese distrito, el regresado Juan Zabaleta -ex ministro de Desarrollo Social- afronta hoy una doble misión: capear los embates camporistas, con el subdirector ejecutivo del PAMI, Martín Rodríguez, a la cabeza, y tratar de revalidar su mandato el año que viene. “En la Nación, la interna es un problema político; acá en los distritos, el problema es territorial”, dijo a NA una fuente conocedora de los vericuetos del Gran Buenos Aires.

“Nosotros tenemos que ayudar al presidente con los territorios”, agregó, aunque admitió: “La elección en la Nación está complicada. Si llegamos a perder la Nación, a lo que aspiramos es a retener la Provincia. Y acá se pierde o se gana por un punto, por un voto, y eso es justamente el territorio. Es eso lo que tenemos que defender”.

¿Y el afán expansionista de La Cámpora qué papel juega en este escenario? “Que vayan a elecciones y que ganen; que ganen en San Martín, en Hurlingham, en Lomas de Zamora… En Hurlingham ellos quisieron hacer de cuenta que eran intendentes, pero volvió Zabaleta con una imagen positiva altísima. Los pibes cuando van a elecciones no ganan en ningún lado. Por sí solos no superan los 10 puntos. Es decir, lo que pretenden construir no se traduce en votos”, sentenció finalmente la fuente consultada por esta agencia.

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