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Alcohol y fiestas: la maratón mendocina de los estudiantes del último año escolar que preocupa

Por Daniela Chueke Perles, diario La Nación.

A un mes del comienzo de clases la preocupación por los festejos del último primer día (UPD) parece haber quedado atrás. Los chicos ya están en otra cosa, pero los adultos todavía se hacen preguntas sobre cómo afrontarán lo que todavía resta por organizar: el viaje de egresados, la fiesta de egresados, la previa de la fiesta de egresados, el buzo de egresados, el micro para ir a la fiesta de egresados y –para las chicas– los trajes con lentejuelas para usar esa noche.

Las nuevas formas de celebrar el fin del ciclo escolar plantean a los adultos una agenda intensa y un desafío económico. Hay quienes disfrutan tanto o más que los chicos, quienes lo padecen y quienes se inquietan, por ejemplo, por las consecuencias del importante consumo de alcohol en estos eventos.

“Si me preguntás, ahora que el UPD ya pasó, puedo decir que fue una experiencia linda”, afirma Natalia, mamá de un alumno de Escuelas ORT y parte del selecto grupo de adultos “aprobados” por los chicos para oficiar de acompañante responsable en el boliche donde eligieron festejar. Sin embargo, confiesa que todavía sigue tratando de procesar emociones y aprendizajes.

Más allá de las juntadas, los boliches, la noche despiertos para llegar juntos y cantando a las puertas de la escuela, el UPD y la fiesta de egresados son rituales que desafían normas e interpelan a todos los actores involucrados: los chicos, los padres, las instituciones educativas, los proveedores de servicios, la policía y la administración pública.

Subir la apuesta

La fiesta de egresados ya no es como la conocíamos: evolucionó de ser un evento familiar que incluía adultos y hermanos menores, a una noche a todo ritmo solo para los protagonistas y sus amigos.

El UPD es algo más novedoso: en algún momento, en algún lugar –se cree que fue en Mendoza o tal vez San Juan–, alguien dentro de un grupo de chicos que estaba por empezar las clases del último año del secundario, tuvo la idea: “Juntémonos antes de entrar al colegio para tomar algo y llegar todos al mismo tiempo”. Otros propusieron arrancar desde la noche. Con el tiempo, la iniciativa se difundió al resto del país y hoy el UPD es “oficialmente” un nuevo rito de pasaje.

Así lo explica la doctora en Ciencias Sociales e investigadora del Conicet, Ana Miranda: ” Podría decirse que la secundaria no solo es el último nivel educativo obligatorio, sino también la última actividad que organiza la vida de los personas jóvenes; una vez terminada, cada quien deberá pensar en su futuro, al tiempo que cumplirá la mayoría de edad. Algunos se integrarán al mercado de trabajo, otros se adaptarán a distintos ritmos familiares y muchos otros seguirán estudios superiores –contextualiza–. En este marco, el UPD se presenta como una de las tantas ritualidades asociadas a la finalización de esta etapa”.

En cuanto a la relevancia del festejo en sí, para Miranda no deja de ser una novedad anecdótica que se inscribe en una sucesión de rituales de finalización del secundario como la fiesta de egresados o el viaje, pero que cobra sentido en este momento como respuesta a los efectos del encierro. “Estas actividades estuvieron suspendidas en tiempos de pandemia, por lo cual muchos jóvenes no pudieron experimentarlas y sintieron muchas veces soledad y aislamiento”, resalta. Sin embargo, señala el riesgo de que este tipo de festejos sean organizados desde las ofertas del mercado, en desmedro de propuestas que también podrían cumplir la función de marcar el paso de una etapa a otra, sin los riesgos de la modalidad actual.

Quizá por eso Marcela sintió alivio cuando su hijo le avisó que no pensaba sumarse al UPD. Juan va al Colegio San Miguel, en Recoleta, y las autoridades les habían mandado un mail a los padres invitándolos a acompañar a los chicos al primer día de clases, algo que no es habitual, con la aclaración de que aquellos alumnos que llegaran alcoholizados, sin uniforme o mal dormidos no iban a ser admitidos. “Al final hubo un grupo de chicos, en el que estaba Juan, que eligió ir directamente a las 6 de la mañana a encontrarse en la plaza de la Isla en Galileo y Guido, donde se juntaban varios grupos de colegios de Barrio Norte. Ellos solo llevaron una cerveza como para compartir simbólicamente el momento, pero no estuvieron despiertos toda la noche, en la calle, tomando”, relata.

Por su parte, Natalia cuenta que los chicos organizaron el programa para festejar el UPD entre ellos, sin participación de los adultos, quienes fueron convocados recién al momento de abonar y poner las firmas de los responsables.

“Cuando me enteré del evento el salón ya estaba reservado”, cuenta y admite: “Obviamente, ellos avisan cuando necesitan la plata”. Fueron 600 chicos, de las diferentes divisiones de quinto año de la escuela, que se organizaron para reunirse con sus compañeros de curso y luego ir a un mismo boliche, donde los recibiría el grupo de padres responsables. “Cuando llegamos, el dueño nos mostró las instalaciones y nos explicó que cuando los chicos entraran necesitaban que los padres estuviésemos en la entrada, mirando lo que sucedía. A los que llevaban mochila se la revisaban; no permitían entrar con botellas ni pastillas de ningún tipo”, describe.

Así ocurrió: cuando empezaron a llegar los jóvenes, los padres se pusieron al lado de la entrada y el ingreso se desarrolló en forma ordenada y alegre. En un momento los encargados de seguridad retuvieron un recipiente plástico lleno de marihuana y llamaron a los padres para que constataran la situación. Una de las chicas que todavía estaba afuera se descompensó, los adultos tuvieron que salir a asistirla y llamar a los padres para que la fueran a buscar. Algo similar le pasó a uno de los chicos que, a los diez minutos de entrar, se quedó dormido.

“Hasta las 3 de la mañana tuvimos trabajito, asistiendo a los chicos, dándoles agua, viendo que se repusieran y estuvieran bien”, describe Natalia.

“Cuando este tipo de rituales quedan solo organizados del lado del mercado o cuando se organizan en forma irreflexiva se pierde de vista que las ofertas son para adolescentes y que esos adolescentes merecen cuidados”, alerta la socióloga Ana Miranda. “Se avanzó mucho en la regulación para que no se venda alcohol en las fiestas, pero falta un trabajo de mayor comprensión respecto de qué implicancias puede tener el consumo de bebidas alcohólicas antes de los 18 años de edad”, advierte y propone que la oferta de esparcimiento para adolescentes no solo provenga del sector comercial, sino también de las instituciones educativas. “Deberían avanzar en proponer otros rituales que no respondan a una única forma de diversión, pueden haber otras cosas, pueden haber campañas solidarias, por ejemplo”, declara. “Es preciso lograr lo mismo que se logró con el cigarrillo. Antes se fumaba en todas partes, pero cuando hubo una ley clara cambió la costumbre y se redujeron las tasas de tabaquismo. Lo mismo puede ocurrir con respecto al consumo de alcohol en los adolescentes. Hay que revertir la connotación positiva de tomar para divertirse”, grafica.

¿Cómo se ve el fenómeno desde el otro lado, el de los organizadores de eventos? Gonzalo Amarilla, director de School Nights, comenta: “Hace veinte años que trabajo en esto y las fiestas de egresados las hacemos hace diez años; el UPD empezamos a implementarlo hace siete”.

La profesionalización de este tipo de servicios llevó a que, en el caso del UPD, se ofrezcan desde locaciones hasta seguridad, asistencia sanitaria, DJ, iluminación y traslados. Respecto de las fiestas de egresados, pueden llegar a incluir una cena de gala para los padres, shows, animación, videos, saludos de los coordinadores de los boliches de Carlos Paz o Bariloche. Los costos pueden alcanzar los 180 mil pesos en el caso del UPD y el millón de pesos en la fiesta de egresados.

 

Seguridad pública

Marcela, la mamá del chico que solo tomó una cerveza simbólica, integró junto con otras madres un grupo “disidente” dentro del chat escolar. Fueron las “cortamambo” y pusieron como condición que los chicos no anduvieran solos por la calle. Así que al acompañarlos a Juan y sus amigos a la plaza y desde allí a la escuela tuvieron la oportunidad de observar de cerca el paisaje. “Me llamó la atención la cantidad de patrulleros que había por la zona. Contabilicé por lo menos 12 recorriendo las calles desde Guido hasta el colegio en Larrea y Beruti, unas 20 cuadras”, revela.

En efecto, según explicaron fuentes de la Policía Metropolitana a LA NACION, el 2 de marzo se implementó un operativo que afectó a más de 300 funcionarios, entre agentes de la Policía de la Ciudad y demás integrantes de cuerpos del Sistema Integral de Seguridad Pública. Este esquema fue complementado con controles dinámicos en distintas arterias y paseos en las quince comunas de la Ciudad. Por su parte, la Gerencia de Prevención e Intervención Comunitaria de la Dirección General de Políticas Sociales en Adicciones, dependiente del Ministerio de Desarrollo Humano y Hábitat, llevó a cabo una serie de actividades en puntos estratégicos de la Ciudad de Buenos Aires. “El objetivo fue trabajar en la concientización sobre los consumos problemáticos para fomentar, en el marco de una estrategia de cuidados, la toma responsable e informada de decisiones, el pensamiento crítico, las relaciones interpersonales, autoestima, y cuidados grupales e individuales durante estos festejos”, explica Jesica Suárez, directora general de Políticas Sociales en Adicciones de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

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