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La verdad sobre Nisman y AMIA, parte II (El “chiste” del memorándum con Irán)

Por Christian Sanz, director periodístico de Diario Mendoza Today.

Con el tiempo, es mejor una verdad dolorosa que una mentira útil”. Thomas Mann

Luego de la revocación del sobreseimiento de Cristina Kirchner, amerita analizar aquella denuncia que, allá lejos por 2015, hizo Alberto Nisman contra la hoy vicepresidenta denominada por algunos medios como el “pacto con Irán”.

Es una trama que hay que analizar desproveyéndose de todas las pasiones, que siempre pueden más que el raciocinio. En esos casos, no importan los datos objetivos, solo las “verdades” ya prefijadas en la ciudadanía, teñidas por los colores político-partidarios de un extremo u otro de la grieta.

Ello no permite analizar con objetividad y/o honestidad intelectual, no solo este caso puntual, sino también otros, como el del atentado a la AMIA.

En mi nota anterior expliqué con claridad cómo Nisman mantuvo paralizado el expediente que investiga el ataque a la mutual judía, siguiendo las directivas de la embajada de Estados Unidos, lo cual quedó de manifiesto gracias a los cables de Wikileaks.

A fuerza de sinceridad, todos los gobiernos colaboraron para que ese hecho no se esclareciera. Todos. Desde el menemismo, el delarruismo, el duhaldismo, el kirchnerismo y el macrismo. Como puede verse, no tiene nada que ver con una cuestión político-partidaria. La cosa es un poco más compleja.

Hay intereses de alto vuelo que presionan para que no se sepa la verdad. Algunos son locales y otros foráneos.

Por eso, la idea del memorándum con Irán era la más conveniente a la hora de intentar llegar a la verdad. La búsqueda de un tercer país y la conformación de una Comisión de Notables buscaba justamente eso. Pero todo ello se demonizó. Obviamente fue adrede.

Se dijo entonces que en realidad se buscaba impunidad para los iraníes —sobre los cuales, dicho sea de paso, no hay una sola prueba en todo el expediente judicial— y que se trataba de un acuerdo subrepticio, hecho a escondidas.

Nada más lejos de la realidad: todo se hizo a la luz del día y se votó en el Congreso de la Nación con una mayoría holgada.

Ni siquiera se trató de algo novedoso: existen varios antecedentes de acuerdos similares, que permitieron resolver casos que permanecían paralizados. Uno de ellos fue la explosión del vuelo 103 de Panam en Lockerbie, Escocia, en 1988.

En el caso del atentado a la AMIA, no hace falta mencionar que la causa judicial estaba totalmente “frizada”, sin avances significativos al momento de firmarse el memorándum. Estaban por cumplirse 20 años del atentado y la búsqueda de la verdad se seguía evaporando.

En esos días, solía preguntarme: ¿Cómo es que aquellos que jamás se escandalizaron por la parálisis escandalosa de una causa tan sensible se rasgan las vestiduras por un acuerdo que ni siquiera conocen?

Suelo discutir cada tanto con personas que juran que se preocupan por lo ocurrido en AMIA. Me hablan de la Trafic-bomba y los iraníes asesinos. Y cuando les demuelo ambas posibilidades se quedan mudos.

Es cuando descubro el daño que han hecho los grandes medios al (mal) tratar este hecho en sus notas periodísticas. Nadie zafa: ni Clarín, ni La Nación, ni Infobae, ni Página/12. Todos han aportado, en mayor o menor medida, a la desinformación.

La situación es tan clara —y tan grave— que esos medios suelen decir exactamente lo contrario de lo que consta en la causa judicial. A ese nivel se ha llegado. No es gratis, obviamente. Todo es interesado.

Es lo que ocurre con el caso Nisman. Lo mismo. Tipos como Héctor Gambini y Daniel Santoro, en Clarín. O Hernán Cappiello en La Nación. O Román Lejtman en Infobae.

Todos diciendo exactamente lo contrario a lo que consta en la justicia y lo que ha descubierto la ciencia. ¿Cuánto cobrarán por una hijaputez semejante? Es la pregunta que flota en mi cabeza todo el tiempo. Porque, sino cobran, no tiene sentido lo que hacen. Es lo contrario a lo que pregonan los manuales de periodismo.

Ninguno de ellos ha consultado los expedientes judiciales, ni el de AMIA ni el de Nisman, solo hablan de acuerdo a lo que les dictan. Un verdadero papelón.

Lo grave es que mucha gente consume lo que publican sobre esos temas, y luego uno tiene que tomarse el trabajo de refutar sus notas, contando lo que sí se ha demostrado. Con la precisión de la que ellos carecen. Citando incluso las fojas que uno ha consultado en los expedientes de marras.

Invito a los lectores a leer mis libros sobre AMIA y Nisman, donde abundan los documentos y la evidencia científica. Todos y cada uno de los que se han animado a hacerlo, han virado 180 grados su forma de pensar.

No porque se les haya lavado el cerebro, sino porque lo que allí aparece es irrebatible.

Aclaro que ambas obras se pueden descargar gratis de Internet, no hay interés pecuniario en mi ofrecimiento.

Finalmente, invito a informarse con detalle sobre el memorándum con Irán, que nada tiene que ver con impunidades ni mucho menos. De hecho, el propio titular de Interpol, Ronald Noble, contó públicamente que jamás el gobierno argentino le pidió el levantamiento de las “alertas rojas” sobre los iraníes acusados.

Es algo que el hombre busca declarar judicialmente desde hace cinco años, pero la justicia local jamás se decide a llamarlo para que lo haga. Los malditos intereses, como se dijo.

Termino como empecé: hay que analizar estas cuestiones evitando las pasiones políticas. De lo contrario, jamás se llegará a la verdad.

En lo personal, repudio al kirchnerismo. Han saqueado las arcas del Estado como nadie lo había hecho antes y han destrozado lo que quedaba de republicanismo en la Argentina.

Pero una cosa no quita la otra. La honestidad debe estar antes que todo lo demás. Es lo que merece el atento lector.

Es un tópico imprescindible a la hora de analizar la denuncia que Nisman hizo contra Cristina Kirchner horas antes de aparecer muerto (Continuará).

En defensa del memorándum con Irán (cuando el propio Nisman lo justificaba)

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