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Vivir al día en Mendoza: “Si desayunamos a la mañana, no alcanza para la tarde”

Por Micaela Urdinez, La Nación.

Es invierno. Son las 10 de la mañana. Los cinco hijos de Vanesa Saravia duermen apilados en tres camas improvisadas en el asentamiento Cuadro Nacional, en San Rafael, Mendoza. Aunque están vestidos con pantalón y buzo, el frío se mete igual en el cuerpo. La humedad se pega a las sábanas. El fuego que está en el living se fue apagando durante la noche y solo humea. Como no tiene nada para darles, Vanesa los deja dormir así engañan el hambre hasta el almuerzo.

“No desayunamos ni cenamos. Ninguno. Si desayunamos a la mañana, no alcanza para la tarde”, dice Vanesa, que tiene 31 años y trabaja haciendo changas para poder darle, al menos, una comida al día a sus hijos que cría ella sola: Joselin (8) tiene problemas de desnutrición y en la vista, Abigail (11) presenta retraso madurativo, Gonzalo (13) es bipolar, Milo (6) y Yerix (9).

En esta geografía árida, con la cordillera de los Andes de fondo, muchos hogares sufren las bajas temperaturas, carecen de un plato de comida caliente o ropa de abrigo. También, muchos adolescentes tuvieron que salir a trabajar durante la pandemia para ayudar a la economía familiar y eso puso en riesgo su escolaridad. Las familias más vulnerables de la zona tienen trabajos precarios vinculados a la cosecha, a las fincas o a las changas. Algunos logran armar sus propios emprendimientos, una huerta o tener animales. “Son muy pocos los que están contratados de manera efectiva. Trabajan por día, cuando hay temporada de cosecha y de poda”, explica Jorge Lana, director de la Escuela 4104 El Nevado, de Goudge, Mendoza.

“Los problemas que trajo la pandemia han sido similares a los de todo el país, sobretodo en los sectores vulnerables que viven al día. Quienes viven de la changa y del trabajo no formal, han sido los primeros afectados”, explica Alejandro Verón, Subsecretario de Desarrollo Social de Mendoza. Según la Encuesta de la Deuda Social Argentina del Programa del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA los números más preocupantes de Cuyo son una pobreza infantil del 53%, una inseguridad alimentaria del 25% y un déficit educativo del 33%. Vanesa vive al día. Siempre trabajó limpiando acequias, de empleada doméstica o vendiendo mercadería en la calle. Cuando se enferma y no puede salir a trabajar, sus hijos lloran de hambre. “No me gusta que me regalen nada. Se leer muy poco. Algunas letras te entiendo pero hay otras que no la conozco y los números se me van”, agrega esta mujer que recién el mes pasado empezó a cobrar la AUH por sus hijos porque no sabía cómo hacer el trámite.

Más hambre, más desnutrición

“Desde la provincia el esfuerzo que hicimos fue sostener el plato de comida arriba de la mesa. Multiplicamos por cuatro lo destinado a alimentos y se trabajó con muchísimas organizaciones para lograr llegar a cada uno de los hogares que lo estaban precisando. Ahora estamos virando de la asistencia alimentaria a la asistencia laboral, buscando potenciar a los emprendedores que necesitan insumos o máquinas. Lo que necesitamos es que la gente tenga trabajo y pueda llevar adelante su hogar”, agrega Verón.

Menos trabajo, más hambre y más casos de desnutrición. Este es el diagnóstico que hace Karina Tejada –directora de Pata Pila en Mendoza- de la situación de los chicos en los asentamientos Cuadro Nacional y Cuadro Benegas de San Rafael. Allí fueron testigo de los estragos que dejó una pandemia que no termina. “Acá las familias trabajan de changas y como no podían salir a trabajar no había qué comer. Nosotros veníamos, dábamos una vuelta a verlos y veíamos que había hambre. Esto se vio reflejado en el aumento de casos de desnutrición y baja talla. Los problemas de alimentación no se solucionan de un día para el otro. No porque hoy comas un plato significa que mañana vas a estar bien. Sobretodo en los chicos. Tiene que ser constante. Esto repercute en sus estudios, en sus energías y en su capacidad de soportar el frío. Lo que queremos es no normalizar estas realidades”, explica.

Diego Tapia desayunó mate con pan. Está al cuidado de su hermana Antonella y vive con sus hermanos y primos. Como tiene baja talla, asiste al programa de Pata Pila en el asentamiento Cuadro Benegas. “Jugamos a unos juegos de embocar en unas vasitos de papel higiénico y después nos pesaron y nos midieron. Me dijeron a ver si podía subir de peso”, cuenta este chico de 14 años, mientras se sienta a hacer la tarea al lado del fuego. Pata Pila trabaja en distinta provincias en donde atiende a chicos de 0 a 5 años pero en Mendoza se hizo una excepción para atender a chicos de hasta 12 o 13 años por la baja talla.

“Cuando el niño no está bien alimentado el cuerpo no crece más porque trata de sostener la armonía en esa estatura. Y la mayoría tiene baja talla. Hay muchos chicos con riesgo psicomotriz, con retrasos en el habla, en los movimientos o en detectar colores”, agrega Tejada.

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