Pablo NuñezPortada

¿Estado interdicto? (Cómo escapar de la decadencia, política y de la otra)

La interdicción es la carencia de facultades de una persona para conducirse.
Los poderes del estado naufragan conceptualmente en la interdicción.
Los interrogantes recaen sobre el honor, la virtud, calidad, veracidad, de alguien o algo.
Estos cuestionamientos suelen recaer sobre aquellos gobiernos con dudas en su accionar, carentes de virtud y honradez, cuyas instituciones incapaces y corruptas frenan el progreso.
Se desacata la Constitución, las leyes, las normas y las costumbres.
A eso hay que sumarle un mal manejo económico, tensión política, desobediencia social y una democracia cuyos pilares amenazan con derrumbarse.
Un Poder Ejecutivo emite ciertos decretos cuestionables.
El Poder Legislativo cuya mezquindad suele avizorarse en la labor de aquellos miembros envueltos en casos de corrupción, cuyo premio es garantizarles la impunidad.
El Poder Judicial convive con una tempestad permanente, y el valor de la justicia suele socabar las garantías constitucionales del ciudadano común, como contracara de los privilegios que poseen aquellos que a diario, pisotean las leyes que debieran aplicar.
Convivimos con la incapacidad política, jurídica, moral, con cierta complicidad ciudadana, pero ante todo, seguimos presenciando el declive permanente del estado.
Nos hemos transformado en un Estado infestado de corrupción institucional, decadencia cultural, social, con el agravante de la insolvencia económica, que termina por enterrar los valores fundacionales de un estado argentino, que continúa en deuda con sus habitantes.
Sufrimos de dependencia a grupos políticos incapacitados para gobernar, y mandantes afectados de lo mismo para elegir.
El resultado siempre es el mismo, un país a la deriva, donde la pandemia no debería ser la objeción permanente para fundamentar la incapacidad de quienes sostienen en sus manos el destino de todos los argentinos.
¿Cómo corregimos el rumbo para no irnos al precipicio?
¿De qué manera erradicamos esos antivalores éticos, morales, culturales encarnados en la sociedad?
¿Cómo sentamos bases para atraer inversión, trabajo, producción y crecimiento?
El escenario argentino es preocupante.
Escuchar algunas promesas de campaña, es aún más preocupante.
Solo nos queda la sensación de la carencia de líderes acorde con las circunstancias, con propuestas efectivas, capacitados para sacar a un país de la crisis y enmendar el rumbo.
Sin embargo, gran parte de la sociedad, o mejor dicho, gran parte del electorado, se ha acostumbrado al populismo, confiando a ciegas en aquel líder cuya personalización se suele asemejar a un “Semi- Dios/a” o a un salvador/ra.
Pocos hablan de lo imperioso de un gran acuerdo para asegurar gobernabilidad, sanear las instituciones, fortalecer el pilar humano, sembrar valores en los jóvenes como futuros funcionarios, brindar seguridad pública y social, dotar de fuentes laborales a los sectores vulnerables; es decir, allanar el camino al desarrollo.
Debemos rechazar los liderazgos negativos generadores de odio que atentan contra la unidad, la libertad, la democracia y el futuro.
Aún estamos a tiempo de enmendar y corregir los errores del pasado, para ello se requiere comenzar con un mea culpa de la clase política por su responsabilidad en la debacle del país.
Para ello debemos desechar la práctica clientelar que estanca al país, debemos generar y desarrollar una cultura del pensamiento crítico en la juventud, insistir en la necesidad de fortalecer los preceptos de honradez, lealtad, solidaridad, respeto, honor, estamos en presencia de una labor compleja, en un mundo globalizado, individualista y consumista. Pero debemos intentarlo, para impedir, un completo estado de interdicción y caos permanente.

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