Pablo DócimoPortada

Objetividad periodística: ¿Mito o valor en desuso?

En primera persona.

El rol que asumimos los periodistas es fundamentalmente el compromiso diario de informar con ética y responsabilidad.

Para ello es fundamental ser objetivo. Pero este es el dilema, ¿se puede ser realmente objetivo? Es esta la eterna discusión entre el periodismo y el lector, oyente o televidente, e incluso entre los mismos periodistas.

Una vez, charlando con un viejo y querido amigo sobre este tema, me dijo algo muy simple y sencillo: “Ser objetivo es muy fácil. Es simplemente contar la realidad, hablar con la verdad, decir lo que realmente es sin dejar llevarse por ideologías, gustos o pasiones. Es simplemente eso.”

Pero teniendo en cuenta la situación por la que hoy está atravesando nuestro país, se hace muy difícil ser objetivo —depende del sitio donde uno trabaje— y se hace muy fácil si también tenemos en cuenta lo mismo. Todo depende de la calidad del medio.

Hoy parecería ser que el periodismo es el centro de todo lo que ocurre y deja de ocurrir. Parecería que somos los periodistas los responsables de manejar el humor de la gente. Hoy nos han puesto en ese lugar, cuando en realidad nuestra función es solo la de informar, investigar y opinar sobre lo bueno y lo malo que ocurre.

No somos los responsables de generar inseguridad, desocupación o inflación. Solo contamos lo que pasa.

Por supuesto que no podemos caer en la ingenuidad de no creer que existen aquellos que informan según algunos intereses, claro que los hay, y muchos, lamentablemente. Pero, ¿podemos llamar a eso periodismo? En lo personal, creo que no. Creo que eso es “hacer periodismo militante” y el periodismo militante está mucho más cerca de la práctica de la política que de la profesión de informar.

Por eso quiero hacer mías las palabras de un grande, un argentino ejemplar que nos dejó hace tiempo, Ernesto Sábato: “Quienes trabajamos con la palabra, escritores, filósofos, periodistas, pensadores, y quienes, a través de sus imágenes, hacen oír el clamor de tantas voces silenciadas, todos nosotros, más que una función pedagógica, tenemos un deber ético con las sociedades. Debemos restaurar el sentido de las grandes palabras deterioradas por aquellos que intentan imponer un discurso único e irrevocable”.

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